En el armario de Iza Daniela Flores, siempre hay un bolso con zapatillas y ropa para correr. Ida y vuelta desde hace tantos años por diferentes lugares, porque así se empiezan los días. Nunca imaginó aquella jovencita nacida en Ciudad de México, pero afincada en Culiacán, Sinaloa, que se convertiría en atleta. Mas bien soñaba con saltar la cuerda, cantar canciones románticas o salir alguna vez en la televisión. Lo único que sabía de atletismo era que Ana Gabriela Guevara fue una reina de la velocidad en 2004 y que los estadios de futbol tenían algo parecido a una pista alrededor de la cancha.
Pero un entrenador visionario creyó ver potencial atlético en aquella mujer delgadita y espigada, y bastó una prueba. “Puedes hacerlo”, le dijo y esa posibilidad se convirtió en deseo. Y el deseo, en realidad: Iza ganó seis veces en 100 metros planos (11.56s) y siete en 200 metros planos (23.24s) en Campeonatos Nacionales de primera fuerza. También compitió en Juegos Centroamericanos Escolares, Panamericanos Libres y consiguió un cuarto lugar mundial universitario en el relevo 4x100 en Taipéi, China.
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Las medallas quedaron tatuadas en su piel y el titular de un periódico deportivo, en la memoria: ‘La mujer más rápida de México’. “La primera vez que leí el encabezado, no pude decir nada”, dice, en el inicio de esta charla. “Yo veía correr a Ana (Gabriela Guevara) y me emocionaba. Era una inspiración. Me gusta pensar que yo puedo ser lo mismo para otras niñas”.
Cualquier conversación con Iza deriva inevitablemente en el deporte. Mundiales. Juegos Olímpicos. Campeonatos juveniles. Entrenamientos. Exatlón. Ella cuenta que sus primeras disciplinas fueron el taekwondo, el basquetbol y la natación, pero que un buen día su mamá llegó a su puerta y le dijo, o más bien le advirtió: “Tienes clase de atletismo hoy a las 5 de la tarde, así que prepárate”. No hubo tiempo para preguntas ni reproches.
“En mi casa, como en muchas casas de México, lo que dice la mamá es ley. No me quedó de otra más que presentarme, competir y, a partir de ahí, ya no pude dejarlo. Fluía. Siempre fui una niña muy sensible, con baja autoestima y temerosa. Me enfermaba mucho, era alérgica a todo, tenía problemas gastrointestinales y de asma. Creía que mi único talento era saltar la cuerda y correr, pero después encontré un lugar donde me di cuenta que era buena, que ganaba y la gente me reconocía. Esas sensaciones tan adictivas”.
El muro ya no estaba en la primera zancada ni en la última, como suele ocurrir en las carreras de velocidad. El muro se había roto desde el primer entrenamiento. Dentro del pecho se inflaba como globo una sensación extraña. No había dolores punzantes ni desconfianzas más densas. Los brazos hormigueaban, pero se mantenían fuertes. A veces la orden de la cabeza era parar, pero alguna razón le decía que siguiera, que el corazón haría lo suyo.
Cada cruce con otra corredora era mirarse en un espejo roto: le devolvía la imagen de lo que era antes y de lo que es ahora. Una canción de Morat. Una cumbia sonidera. La mejor velocista del país.
“Todos los atletas tienen sus propios muros. El mío ha sido la exigencia, los objetivos de cada temporada. Entender que una competencia no te define como atleta. Que el mundo no se come en tres días. A veces fluye, en otras me cuesta más trabajo, porque soy muy terca. Pero lo intento todos los días. Siempre con música romántica, alguna cumbia o reggaetón (se ríe)”.
Iza entonces acelera y espía el reloj. Cuando llega a marcar nuevos segundos por vuelta, el globo empieza a inflarse de nuevo en el pecho. Ya no hay muros, hay metas. Y con la meta a la vista la energía sube. “Me falta la cereza en el pastel”, reconoce, en referencia a los Juegos Olímpicos que se le han negado. “Es el sueño de cualquier deportista de alto rendimiento. Ya no soy tan chiquitita, porque tengo 27 años. Quiero apostarle todo a París 2024”.
El camino para llegar allí es el mismo: correr, que no es sólo correr, y entrenar. Tener a mano las herramientas, porque nunca se sabe en qué momento puede darse la oportunidad de hacerlo de nuevo. Después, llegar. La felicidad de llegar. Diferente era cuando que hacía saltos triples corriendo 200 metros en su primer encuentro con el atletismo. Tenía 14 años.
"Aventarme de 11 metros para caer en la arena era terrible. Yo decía: 'por favor, que ya no pase a la siguiente ronda, no quiero llegar a la final'. En el segundo año me cambiaron a la prueba de 400 metros. Y luego, por casualidad, me inscribieron a una prueba de 100 metros para agarrar velocidad y di marca para un Mundial Juvenil (Barcelona 2002). Entonces mi entrenador decidió que siguiera". Lo que vino después es otro ejemplo de que las tormentas siempre pasan.
Correr por las pistas es conocerlas. O reconocerlas, cuando son las pistas de tu ciudad. Iza nació en la Ciudad de México, pero pasó gran parte de su vida en Culiacán. Por eso el acento cantadito y su afición beisbolera. Licenciada en nutrición por la Universidad Autónoma de Sinaloa, y exparticipante del Exatlón México 2018, esta heroína posee el don de la aceleración progresiva, un turbo en su organismo.
"Cada vez que entro a una pista de atletismo, me transformo, entro en un personaje. Soy otra persona. Estoy en mi sitio, no hay apariencias, miedos ni nada. Sólo soy yo y mi carril. Libertad y adrenalina".
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Por Alberto Aceves