A Mariana ‘La Barby’ Juárez no le gustaba pelear. En las calles de la colonia Santa Úrsula, Coapa, sus vecinos le preguntaban qué quería ser de grande y su respuesta casi siempre era la misma: jugadora de futbol. Jugando creció en el equipo de su papá, el Santos Jr, con la camiseta número 9 y rodeada de niños que solían provocarla. Lo hizo desde los cinco años, en deportivos cercanos al Estadio Azteca, el lugar donde soñaba gritar sus goles.
En una o dos ocasiones, Mariana estuvo a punto de llegar a los golpes. “De repente chocaba con niños más grandes y ¡pum! salían volando”, dice y se divierte, porque por un momento la conversación la hace sentir otra vez futbolista. “Era una delantera muy aferrada, desde que empezaba el partido hasta que terminaba. En ese tiempo no había equipos de mujeres ni Liga profesionales, pero yo me imaginaba en el Estadio Azteca”.
La encargada de resolver sus problemas era su hermana Lourdes, siete años más chica, en equipos de hombres y con partidos salvajes. “Mi papá nunca nos dijo ‘ustedes son niñas, no pueden hacer esto’. Al contrario: él nos motivaba para ser mejores en lo que hacíamos. Yo sabía que si ella jugaba me iba a defender, porque era la más tranquila. A mí las peleas y los deportes de contacto me daban miedo, y no me gustaban”. Entre ellos, paradójicamente, estaba el boxeo.
Los fines de semana estaban reservados para el América y los partidos del Santos Jr. Ahí estaban don Jorge y sus cuatro hermanos. También los rugidos cercanos del Estadio Azteca, con los goles de Zague y Cuauhtémoc Blanco. Alguna de esas tardes de futbol, en el sur de la ciudad, Mariana entró por primera vez a un gimnasio. “Entendí que debía hacerlo, porque me daba pánico no saber defenderme”.
El más cercano estaba a tres calles de su casa. Cuando llegó con el entrenador, éste le dijo que no entrenaba mujeres. “Yo no entendía muy bien qué significaba eso. ‘Es que no me gusta perder el tiempo’, me decía, pero yo insistí en que quería pelear. Eso me dio la valentía y el coraje para subirme a un ring”. En esos tiempos, el boxeo femenil no estaba permitido en la Ciudad de México. Tampoco eran muchas las mujeres con guantes en los gimnasios.
Mariana, todavía con sueños de futbol, llegó con la misión de aprender a pegar y que no le pegaran. “Yo decía ‘nada más aprendo y después me voy’”, y sin embargo ya no pudo irse. Al mes de entrenamiento, su entrenador le pidió permiso a sus padres para llevarla a su primera pelea amateur. Doña Patricia aceptó, porque pensaba que el box era un hobby. Caso contrario a Don Jorge, que prefirió quedarse y no acompañarla.
Esa noche, aunque perdió, Mariana quedó tranquila con lo poco que había hecho. Antes de volver, Laura Serrano -entonces campeona del mundo de peso pluma- se acercó a preguntarle cuánto tiempo tenía entrenando. “Un mes”, le dijo su entrenador, “la traje para que se le quitaran las ganas y mírala…”. “¿Un mes?”, lo interrumpió la campeona, todavía incrédula por lo que había visto sobre el cuadrilátero.
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Así fue como Mariana escuchó por primera vez que su mundo estaba en el ring: “Si tú quieres, puedes llegar a ser campeona del mundo”. Sus palabras le dieron vueltas por varias noches. Al mismo tiempo, en una de sus reuniones familiares, sus padres le confesaron que tenían casi dos años de ser adictos a la cocaína. De no ser por sus hermanos, el golpe la hubiera mandado a la lona.
“Vivimos una situación muy difícil. Son problemas que no diferencian ningún estrato social. Mi papá nos decía que nosotros, como hermanos, nos teníamos que cuidar. Y yo estoy muy orgullosa de ellos, porque durante 15 años no tuvimos papás y salimos adelante. No nos desmoronamos. Mi única salvación fue el boxeo, entrenar, demostrarme que podía hacerlo, aunque la gente no lo creyera”.
En sus primeras peleas como amateur, Mariana se vio obligada a dejar los partidos de futbol. Una lesión en el tobillo, provocada en una mala caída, provocó el regaño de Don Jorge y la advertencia de que debía tomar una decisión: o el futbol o el boxeo. Después de varias idas y vueltas, eligió pelear. “A veces me pregunto cuál era mi verdadero sueño. Yo quería ser futbolista, soñaba con jugar en el Estadio Azteca. Pero mi camino era éste”.
Mariana, la ex goleadora, se convirtió entonces en ‘La Barby’ Juárez, un apodo que no escogió ni quería. Y que originalmente nació del titular de un periódico deportivo, el Esto, después de ganar una pelea en la ciudad de Cancún, Quintana Roo. Ella supone que fue por sus trenzas y su figura delgada, aunque nunca estuvo segura. En su primera pelea oficial, ‘La Barby’ enfrentó y derrotó por nocaut a Virginia Esparza, el 22 de mayo de 1998.
A final de ese año y mediados del otro, perdió con María Durán y Ana María Torres. Luego, revolucionó la ceremonia de pesajes, siendo la primera mujer en acudir en traje de baño. Mariana siguió por varios lugares de México y Estados Unidos, el país al que llegó sin papeles antes de empezar a boxear. Ganó su primer campeonato supermosca de la IFBA en Corea del Sur, en una pelea a 10 rounds con En Young Lee. Y tuvo también a Natasha, su hija, a quien tiene tatuada en el bíceps.
Aunque creía que el boxeo terminaba ahí, la necesidad de mantener a su hija la hizo volver al gimnasio. Natasha dormía en una sillita convertible, mientras su mamá corría por la pista de atletismo. “Me acompañaba a todos a lados”, recuerda Mariana, que con el tiempo empezó a convertirse en la mejor peleadora del país en los pesos mosca, supermosca y gallo. En ese último rubro, la revista ‘The Ring’, en noviembre del año pasado, la consideró la segunda mejor peleadora del mundo.
Pero Mariana no sólo sabía boxear. También comentaba peleas, posaba en revistas, hacía calendarios, actuaba, ofrecía conferencias y competía en programas de televisión, para solventar los gastos de su familia. Eso lo llevó a ser cuestionada por los aficionados de este deporte. “La gente ahora se toma el papel de juzgar, pero nadie me ha regalado nada. El boxeo me dio la seguridad de poder hacer más cosas todavía. Sé que después lo voy a extrañar, por eso quiero cumplir todos mis deseos, porque luego sería absurdo que yo regresara”.
En 23 años sobre el ring, ‘La Barby’ sufrió lesiones en el hombro, perdió un pedazo de riñón y se recuperó de una grave luxación en la quijada. A su vez, aprendió a convivir con la diferencia de sueldos que existe entre el boxeo femenil y varonil, ganando hasta 100 mil pesos por un campeonato mientras peleadores como Saúl ‘Canelo’ Álvarez lo multiplican por 10 millones. “Me quedan uno o dos años más para cerrar mi carrera. Creo en mí, en lo que mi papá me regaló, por algo estoy aquí”.
Después de nueve defensas del título de peso gallo del CMB, Mariana conoció la derrota ante Yulihan Luna por decisión unánime. Ella aseguró que “había algo extraño” en los guantes de ‘La Cobrita’, que hubieron “muchas irregularidades” y sufrió una doble fractura en la nariz, que le impidió tirar más golpes. “No me iba a bajar porque no soy cobarde. Sentía un dolor muy fuerte, pero no de nocaut. Por eso seguí cuando muchos otros boxeadores pudieron abandonar la pelea. Ahora, voy a recuperar mi título y luego ir por el cuarto en supergallo”.
Antes, la mexicana enfrentará a Alejandra 'Tintanita' Soto el 21 de mayo, en la Arena López Mateos de Tlanepantla, en un combate pactado a ocho rounds y cuyas ganancias servirán para apoyar a jóvenes con problemas de adicciones, como los que enfrentaban sus padres. “Soy una vieja muy terca, que trabaja todos los días para ser mejor. Si me equivoqué en algo, tengo que corregirlo. Y aprender, porque el boxeo es un arte”.
Mariana no recuerda cuándo fue la última vez que pateó una pelota. Tampoco cuándo fue que volvió a soñar con el Estadio Azteca. Hoy, con 41 años, dice que aquella decisión que le pidió Don Jorge, su papá, fue la correcta. “Yo había imaginado mi vida como jugadora de futbol, pero el boxeo me hizo ver a la mala que tengo una fuerza de voluntad increíble. Me querían correr… no me aceptaban, me decían que me fuera a la cocina, que las mujeres nunca íbamos a estelarizar”. La historia después se cuenta sola.
Por Alberto Aceves