La paz que nunca tuvo, la hubo en el momento en el que se apagó su corazón. Nadie molestó, nadie se percató siquiera del ataque al corazón que sufrió Diego Armando Maradona. Sólo estaba él, sus demonios, sus recuerdos, su historia. Él.
Así, solo, murió El Diego, aunque rodeado de gente, de mucha. Gente de más. Su familia cerca, como el quería, pero con muchos satélites rondando el mundo de 'El 10' que le quitaban más que energía y paz de la que él mismo no se percataba.
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Fueron 25 días después de su cumpleaños número 60. Días, que pudieron ser más de tener otros cuidados y decisiones, o menos si Maradona no le hubiera ganado la posición de remate a Diego. Pero el peor rival fue a veces él mismo.
El viernes 30 de octubre, día de su cumpleaños 60, apareció junto a Claudio Tapia y Marcelo Tinelli, los que mueven los hilos del futbol argentino. Fue en la cancha de Gimnasia y Esgrima de La Plata, club que dirigía Diego, un hombre cansado del ajetreo que permitió entrar a su vida. Cansado de ser Maradona.
Desgastado, aunque sonriente. Así fueron los primeros 25 días de sus 60 años, los últimos 25 de su vida.
Después del cumpleaños
Ese fin de semana posterior al cumpleaños se le notó débil por dejar días antes de tomar sus suplementos vitamínicos que le recetó su médico Leopoldo Luque. Diego decía que no, y era no. Nadie pudo convencerlo de tomar nuevamente sus medicamentos. La ausencia de ellos lo llevaron a descompensarse, hasta ser trasladado la Clínica Olivos para internarse.
Ahí lo atendió y operó su doctor, a veces amigo, a veces hijo; a veces enemigo, a veces hijo de puta. Así fue la relación entre Luque y Diego-Maradona.
La cirugía del hematoma subdural fue todo un éxito y recibió el alta médica en 72 horas, pero su cuerpo tenía que ser alejado del alcohol al que Diego estaba acostumbrado. Era momento de cambiar y así lo entendieron sus familiares.
Tras la operación
Todo salió bien en la operación, pero pensaron en algún momento llevar a Maradona a un psiquiátrico para que terminara de recuperarse, sin embargo no había razón. Diego era independiente, podía moverse sin problema. Era autosuficiente. Por eso se desecho la idea y se optó por llevarlo a casa, cerca de donde vivían sus hijas, en el barrio San Andrés.
Ahí convivió con gente que le quería: Johnny, su sobrino; Maxi, cuñado de Morla, y Monona, la cocinera que se había transformado en una especie de madre postiza. Ello le hicieron sonreír en sus últimos días y más al llegar a casa, donde al final sería su última morada.
En casa, con la familia
Aunque después de salir de la clínica Maradona parecía aceptar el cambio de hábitos, sus emociones se disparaban. Iban y venían; subían y bajaban sin una razón específica.
Rodearse de la familia le vino bien, pero él quería ver a sus hijos, a todos, reunidos, pero la pandemia fue un buen pretexto para que las personas no tuvieran que verse a la fuerza ante el deseo de Diego.
Los últimos latidos
Maradona muchas veces vio el futbol solo en su habitación, parecía incómodo con la presencia de alguien más, aunque había personas que lo hacían sentir feliz.
El eterno capitán de la albiceleste no aceptaba que había que decirle adiós a la bebida. Incluso por eso parecía viable la idea de llevarlo a Cuba, donde se aislo y le dijo adiós a las drogas, pero no hubo tiempo.
La noche del 24 de noviembre, Diego se fue a dormir contrariado, ausente. Solo. Las últimas horas de su vida, Maradona mostró el cansancio de ser Maradona y su corazón sucumbió.
FDR