"Es un partido distinto", dice la televisión en los minutos previos del Cruz Azul-América, repasando los goles y las mejores jugadas de los dos equipos en esta edición del torneo mexicano. Distinto por los colores y la realidad de cada uno: uno líder absoluto de la fase regular con 34 puntos (las Águilas) y otro campeón vigente, después de casi 24 años.
Distinto por sus aficiones, su historia, la cantidad de títulos de Liga: las Águilas 13 y La Máquina nueve. También por la rivalidad que los empuja a dar un extra. Para pelear las pelotas, para buscar más goles si ya marcaron alguno; para acabar o crear nuevas inercias ganadoras que puedan suponer los titulares del día siguiente: "el Papá y el Hijo", "el Clásico ganador".
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Pocos son los enfrentamientos entre ambos que generan bajas emociones. Y por eso también son distintos. Porque decir América en el mundo de Cruz Azul es plantar una afrenta en color amarillo. Pero lo mismo pasa del otro lado. Para los americanistas, no son bienvenidos los cruzazulinos. Menos ahora que son campeones y no pueden burlarse de las finales perdidas como su chiste favorito.
Lo distinto también se observa en las tribunas: en la cantidad de gente que llega, se planta en su lugar y agita su playera al ritmo de "¡Aaazul, Aaazul!" o "¡Águilas, Águilas!". El gol de Roberto Alvarado en el primer tiempo explica por otro lado lo que sienten los jugadores. Un zurdazo suyo, en medio de la lluvia, hace cimbrar el Estadio Azteca con el 1 a 0 a favor de Cruz Azul (45').
Todos corren y se abalanzan sobre 'El Piojo', señalando el escudo de La Máquina. Ese que muestra una estrella con hilos dorados por encima, en referencia al último campeonato de Liga ante Santos Laguna (27 de mayo de 2021). El gol del orgullo, de la esperanza y el amor por los colores.
Este partido es distinto, a su vez, por la reacción que genera en otros. En este caso en el América, que sale en el segundo tiempo y rehace sus pedazos con el cabezazo de Federico Viñas (52'). El silencio paraliza al portero José de Jesús Corona, que mira al cielo y no se explica cómo Pablo Aguilar quedó por debajo del uruguayo.
El empate no deja cómodos a ninguno en un partido como éste. Ni a los aficionados ni a los entrenadores ni a los jugadores que no dan un balón por perdido. Otra vez lo distinto. Algo empuja a Cruz Azul a buscar el resultado hasta la última jugada. Acaso el recuerdo de su campeonato, las dos finales perdidas en un Clásico Joven (2013 y 2018) o la furia de una afición que no puede ver ni en pintura los colores americanistas. Todo es parte del clásico.
Entonces, una barrida de Emanuel Aguilera incomoda el remate de Orbelín Pineda en uno de los últimos mano a mano de la noche. La jugada parece terminar con la atajada de Guillermo Ochoa a tiro de esquina, pero sigue con el impacto de Aguilera sobre el jugador de La Máquina.
El árbitro Luis Enrique Santander, superado por la velocidad del remate, entra en comunicación con el VAR, la revisa y la decisión es clara y contundente: penalti a favor de los locales. Hay reclamos, manotazos al aire, diálogos en corto con el silbante, pero nada cambia el desenlace. Es el turno de Jonathan Rodríguez, el héroe del último campeonato.
Un jugador distinto para un partido distinto. La fórmula parece perfecta, y lo es. Porque el remate del uruguayo va al fondo de la portería y deja a Ochoa retratado como una momia. Gol de Cruz Azul. El gol de la victoria (2-1). Explota el Estadio Azteca y el equipo de Juan Reynoso corre por una de los costados a celebrar el resultado.
La TV no lo dice, pero por esto es lo distinto. Por la pasión, la rivalidad.
Por esa sensación de sentirse ganador y presumir a gritos por la calle: "Nosotros ganamos el clásico".
Por Alberto Aceves