La madrugada de Beijing 2008 quedó marcada como uno de los momentos más impactantes en la historia del deporte olímpico. Mientras el mundo seguía las finales de natación, Michael Phelps protagonizaba una actuación que trascendía medallas: era la construcción de una leyenda en tiempo real.
El nadador estadounidense llegó a esos Juegos con pronóstico de grandeza, pero lo que terminó logrando superó cualquier expectativa. Ocho finales, ocho oportunidades, ocho veces en lo más alto del podio. Su capacidad para dominar diferentes estilos, pruebas individuales y relevos lo convirtió en una figura sin precedentes dentro del olimpismo moderno. Nada parecía afectarlo; ni la presión, ni el desgaste, ni el aura de Spitz que lo perseguía.
A lo largo de esa histórica campaña, "El tiburón de Baltimore" no solo acumuló oros, también rompió marcas y transformó para siempre la percepción sobre los límites humanos en la piscina. Beijing se transformó en su escenario definitivo, el lugar donde redefinió lo posible y dejó una huella que todavía sirve como referencia para nuevas generaciones de nadadores.
La campaña perfecta en Beijing 2008
En esos Juegos Olímpicos, Phelps disputó ocho pruebas y ganó las ocho, estableciendo un nuevo récord para una sola edición. Cada final mostró una combinación de técnica, potencia y resistencia difícil de igualar. Compitió en pruebas de mariposa, estilo libre, combinado y relevos, mostrando una variedad técnica que pocos nadadores en la historia han podido igualar.
Como si fuera poco, de las ocho carreras disputadas, siete terminaron con un nuevo récord mundial u olímpico, evidencia de su superioridad durante ese torneo.
Durante décadas, Mark Spitz, otra leyenda de este rubro, sostuvo la marca de siete oros en Múnich 1972. Phelps la superó con una actuación inmaculada, abriendo un nuevo capítulo en la historia olímpica. Pero lo más llamativo es que, debido a los horarios televisivos, muchas finales se disputaron en horarios inusuales para gran parte del mundo. Esa programación no impidió que millones siguieran en vivo las gestas del estadounidense.
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La mentalidad de Phelps que lo llevó a ser el mejor de la historia
Michael vino al mundo el 30 de junio de 1985 en un barrio tranquilo de Towson, en las afueras de Baltimore. Hijo de un policía y de una docente, creció acompañado por sus dos hermanas mayores, Hilary y Whitney. Desde muy chico mostró una energía difícil de contener y, a los seis años, fue diagnosticado con TDAH. Para ayudarlo a enfocarse y descargar esa intensidad, su familia lo llevó al North Baltimore Aquatic Club, un espacio que terminaría marcando su destino.
En ese club lo descubrió Bob Bowman, el entrenador que lo guiaría durante toda su carrera. Este vio en el pequeño algo fuera de lo común y apostó por un proceso de exigencia máxima. Phelps adoptó una disciplina casi obsesiva: jamás faltaba a un entrenamiento porque, según él, un día sin nadar equivalía a dos días de retroceso. Esa mentalidad lo llevó a debutar olímpicamente con apenas 15 años en Sídney 2000, donde sorprendió llegando a la final de los 200 metros mariposa.
Un año más tarde, con solo 15 años y nueve meses, rompió el récord mundial de esa misma prueba en los selectivos rumbo al Mundial de Fukuoka. En Japón volvió a bajar su marca y se coronó campeón del mundo, comenzando así una carrera repleta de hitos. En Atenas 2004 confirmó su ascenso con ocho medallas (seis de oro y dos de bronce) mientras se acercaba al mítico registro de su ídolo y referencia histórica: Mark Spitz.
Desde joven, Phelps ya hacía historia
Spitz había marcado un antes y un después con sus siete oros en Múnich 1972, un logro que durante décadas pareció imposible de igualar. Sus actuaciones cayeron en la categoría de “irrepetibles”, pero Phelps tenía otros planes. En 2007, en Melbourne, consiguió siete títulos mundiales en un solo campeonato. Un año después llegaría el desafío que cambiaría la historia del deporte.
Los Juegos Olímpicos de Beijing 2008 lo encontraron en el pico de su preparación: cientos de semanas sin descanso, miles de horas en el agua y más de 5.000 sesiones de entrenamiento acumuladas. Competiría en ocho finales y debía ganarlas todas para superar a Spitz. Lo hizo. Incluso en la recordada carrera de los 100 metros mariposa, donde venció por apenas una centésima, resistió polémicas y presión extremas para mantener intacta su ruta dorada.
Tras Beijing, su figura trascendió lo deportivo. Recibió bonificaciones millonarias, creó su propia fundación y continuó ampliando un legado que incluye 83 medallas internacionales y 39 récords mundiales. Para muchos, no solo es el mejor nadador de todos los tiempos, sino uno de los atletas más dominantes de la historia.
