La fe inquebrantable de Ignacio Ambriz, técnico de León, marcó los festejos de su equipo tras el campeonato ante Pumas. En el centro del campo, cuando todos corrían y se abrazaban en el Estadio León, Ambriz reunió a todo su plantel en el centro del campo y les pidió escuchar una última indicación.
Creyente de la religión católica, el estratega mexicano agradeció el esfuerzo de sus muchachos y los reconoció como guerreros, luego de una temporada en la que fueron líderes absolutos de la fase regular y alcanzaron la octava estrella de su escudo.
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“Les ha costado dolor y lágrimas, pero aquí está. Esto es suyo, pero también obra de Dios”, dijo, levantando el triunfo hacia el cielo con una dedicatoria especial.
Los jugadores no sólo lo siguieron, como el líder que es; sino que también se rindieron en oraciones y agradecimientos durante un par de minutos. No hubo excepciones: todos caminaron hacia el mismo lado. Porque eso es el León: una familia que juega a la pelota y sigue a su líder.
La imagen quedó retratada en medio de la transmisión y fue una de las más emotivas. Nacho, arrodillado y con el título en las manos, ofreciéndole su recompensa a los dioses del cielo. Con esa humildad que lo caracteriza. Con esa fe inquebrantable con la que logró ser campeón.
AH