Era el Día del Padre de 2018. Diego Maradona viajaba en su camioneta, por las calles de Culiacán, Sinaloa, cuando recibió un mensaje de voz de una de sus hermanas. Palabras de felicitación, buenos deseos y una sorpresa: el poema “Che, Taita”, de Ángel Piciochi, al ritmo del chamamé.
Más que una canción fue una daga que tocó las fibras más íntimas de Diego, en su etapa como técnico de Dorados. A través de la música, el astro argentino recordó a su padre Don Diego y aquellos momentos en los que lo pudo disfrutar, al lado de su madre Doña Tota.
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Con los ojos cerrados, Maradona se conectó con sus sentimientos más profundos: los asados con su padre, los recuerdos de Villa Fiorito y de su infancia. “Papá, mi padre, mi viejo. No importa cómo te nombre, lo importante es que te quiero. Te llevo en mí donde vaya, recordando tus consejos y hasta todas tus anécdotas”, decía uno de los versos.
Al final, después de terminar el mensaje, Diego despertó y no pudo contener las lágrimas. La ausencia de Don Diego y Doña Tota marcaron los últimos días del 10, antes de que perdiera la vida. Los dos fueron su sonrisa, su alma, el amor por el que jugaba todos los días a la pelota. Y cuando se fueron ellos, también se fue una parte de él.
AAH