Christian Giménez corre por la portería con la camiseta de su hijo Santiago. Los amigos lo saludan, lo abrazan, le dicen cosas al oído que lo conmueven. Ahí están Adrián Aldrete, Rafa Baca, Julio César Domínguez y Yoshimar Yotún. Después, se suman José de Jesús Corona, Pablo Aguilar y los demás conocidos.
El paso de Chaco es presuroso. Avanza por un laberinto de personas, todas familias de los jugadores, y alza la vista buscando al delantero más alto. Y lo encuentra. No hace falta decir mucho cuando llega hasta él, porque el abrazo es todo lo que necesita tener.
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Es el papá y el hijo. El viejo ídolo de Cruz Azul y el nuevo estandarte. Los dos Giménez y amantes de estos colores. Chaco levanta los brazos y encuentra un refugio en los brazos de Santiago. Entonces, el momento es sólo de ellos.
Los dos lloran, se abrazan fuerte, Chaco le acaricia la nuca y Santiago le pasa el dedo por las mejillas. Uno lo intentó todas las veces que pudo y, sin embargo, no logró el título. El otro, más joven, entró a la final contra Santos a comerse el mundo y cumplió la promesa que le hizo al ídolo.
"Vamos a ser campeones", le dijo, por todas las derrotas de antes. Los dolores, los fracasos. Y con esa camiseta que lleva puesta, la del número 29, se lo cumplió.
AJ