Miércoles 25 de Septiembre 2024
LIGA MX

Cruz Azul renace desde las cenizas y es campeón después de 23 años

La Máquina, con memoria y grandeza, se sacudió las derrotas de su pasado y volvió a dar la vuelta olímpica en el Estadio Azteca en un torneo de Liga.

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En esencia, esta es una historia crepuscular: un viejo héroe futbolístico acude al rescate de un equipo que lo necesita para volver a ser grande. Las cosas, sin embargo, no son tan simples. Nunca lo son cuando se refieren a Juan Reynoso. Mucho menos cuando se trata de Cruz Azul, uno de los clubes más poderosos del futbol de México, con una historia rebosante de leyendas y una vitrina cada vez más escasa de títulos.

Tal vez en el Estadio Azteca, el último paraje del peruano y sus jugadores, se oculte uno de esos secretos de 1997: jugar por algo sagrado. En la final contra Santos, su única idea era esa. “Lo primero que teníamos que hacer era recuperar la memoria. Creer que somos un grande y ratificarlo cada semana”. Memoria y grandeza, los dos valores que resumen los 41 puntos en fase regular, el récord de 12 triunfos consecutivos y los cinco de seis partidos sin perder en la liguilla.

Reynoso se asoma por el centro de la cancha, en medio de la algarabía de su equipo, levanta los puños y grita hacia las tribunas: “¡Volvimos!”. A estas alturas, a muchos de sus rivales se les revuelven las tripas. Por las derrotas, las finales perdidas, los goles de último minuto y las burlas que terminan este 30 de mayo de 2021. Jugar por algo sagrado significaba no ceder a ninguna de esas tentaciones, para bien o para mal. 

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Y allá fueron sus jugadores, tipos rudos, obreros y peones, saltando las barreras del miedo, el pánico escénico y el fracaso. Los aficionados son los mismos que en diciembre pasado cumplieron minutos de silencio en sus casas, después de la improbable derrota ante Pumas en semifinales (4-0, con una ventaja en la ida de cuatro goles). También, los que pagaron el precio de seguir a un equipo que jugaba finales, pero no recordaba cómo ganarlas.

En enero pasado, Cruz Azul era un equipo roto y lleno de problemas. Su presidente por 32 años, Guillermo Álvarez Cuevas, se encontraba prófugo de la justicia por lavado de dinero, mientras la nueva directiva le marcaba el terreno a los jugadores: “El domingo pasado (contra Pumas), vimos una mentalidad derrotista, timorata, carente de hambre y hombría deportiva. Eso nos obliga a tomar decisiones”.

Una de ellas fue aceptar la renuncia de Robert Dante Siboldi, hasta entonces técnico del club, y ofrecerle a Reynoso lo que tanto buscaba. El peruano, que fue capitán de calzoncillos cortos, recuerda que en sus primeros días enfrentó el duelo de sus jugadores,  “pero luego pasamos 24 horas sobre 24 hablando de lo que teníamos que hacer para levantarnos”. Ahí estaba la esencia, el espíritu y el alma de un equipo, al que le costaba caminar.

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Quizá por eso Reynoso y Cruz Azul estaban destinados a encontrarse, porque ningún otro conocía tanto los secretos de un grande. El gol de Diego Valdez, en el primer tiempo, despertó los murmullos de otras finales. "Entramos dormidos, o no sé si la ansiedad nos jugó en contra en el primer tiempo", dice Pablo Aguilar, uno de los referentes de La Máquina. "Reynoso nos cagó a todos. Estábamos discutiendo entre nosotros, pero después vino él y ordenó todo". Vivir y jugar con grandeza. Porque la grandeza no está al final del camino. La grandeza, para él, es el camino.

Veintitrés años, cinco meses y 23 días después, Cruz Azul entendió que, si tropezó grande, se podía levantar gigante. Que los escudos nacieron para proteger a las personas, y las personas para proteger a los escudos. Las dudas que habitaron por 45 minutos entonces se fueron. "Fue así como dice Pablo: Juan nos puso los puntos, nos dijo las cosas claras y concisas. Nos zamarreó sin dar muchas vueltas. Y despertamos", agrega Ignacio Rivero, uno de los más prolijos laterales del torneo.

Los jugadores celebran con el peruano y miran también hacia el cielo. No más subcampeonatos, no más derrotas agónicas. Jonathan Rodríguez pasa corriendo con la bandera de Uruguay, convertido en uno de los grandes héroes de la noche. Ningún gol, como el suyo en el segundo tiempo, fue gritado con tanto fervor por los aficionados como el de Carlos Hermosillo en 1997. "Lo de hoy no es casualidad", dice Reynoso. "Tal vez no lo dimensionamos, pero yo siempre he dicho que el futbol y la vida te colocan en el lugar que mereces". El suyo, está claro, es éste.

Por Alberto Aceves