En los años 80 y principios de los 90, Julio César Chávez fue uno de los hombres más reconocidos en territorio mexicano. Su popularidad no era ajena a la política, a la vida artística ni a los reyes del narcotráfico. Convivió con unos y con otros, en las altas esferas del gobierno o la vida galante. Incluso, con el entonces presidente de México, Carlos Salinas de Gortari.
La historia entre Julio y Salinas se remonta a 1993, cuando el gran campeón mexicano se alistaba para defender el campeonato de peso superligero del Consejo Mundial de Boxeo (CMB) ante el estadounidense Greg Haugen, en el Estadio Azteca. Por esos días, todos querían conocer a Chávez. En 1984, se había convertido por primera vez en campeón mundial de peso superpluma y, años más tarde, conquistaba el título de la división ligero.
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En la tarde previa a la pelea con Haugen, un helicóptero descendió en el estacionamiento del Azteca y de la cabina apareció Carlos Salinas de Gortari, el presidente de México, decidido a saludar al campeón mientras realizaba un entrenamiento. Ninguno de los presentes lo podía creer.
Salinas llegó acompañado de su equipo, se acercó para estrechar la mano y platicar con Chávez, y le deseó suerte antes de subir al ring. Aquella imagen pasó a la historia, de la misma manera que su función: porque Chávez llenó el Estadio Azteca y entró al libro de los Récords Guinness, al lograr una asistencia de 132 mil 247 aficionados.
No era, sin embargo, la primera vez que Carlos Salinas de Gortari saludaba personalmente a JC. Antes, habían sucedido algunos encuentros en Culiacán, donde el entonces presidente mostró su admiración por el gran campeón mexicano.
"Ahí me platicó que su mama me había visto en un reportaje y que le decía: 'mira, hijo, a ese muchacho quiero que vayas y lo saludes'. ¿Por qué, amá?, le preguntaba. 'Porque es un muchacho que se ve honesto, que tiene la sonrisa bonita'. Y de ahí la señora me agarró muy buena voluntad", confesó alguna vez Chávez, sobre este capítulo de su vida al de un presidente.
AAH