Sin duda a lo largo de la historia del boxeo femenil mexicano ha habido grandes figuras como Laura Serrano, Jackie “La Princesa Azteca” Nava y hasta la Mariana “La Barby” Juárez, pero ninguna como Ana María Torres, “La Guerrera”, pionera de la segunda etapa del boxeo femenil en México que acaba de ser elegida como nueva integrante del Salón Internacional de la Fama de Canastota, Nueva York, convirtiéndose apenas en la segunda boxeadora mexicana en entrar la élite del boxeo mundial.
Nacida en Ciudad Netzahualcóyotl, Estado de México, Ana María Torres será siempre recordada por sus épicas peleas, pero sobre todo por ser la boxeadora que se convirtió en la soberana mundial supermosca del WBC con más defensas triunfales, con 11, lo que implantó récord en esa división.
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Ana María Torres se convirtió en boxeadora por su mamá
“Practiqué taekwondo, gané dos torneos, pero era caro y no pudimos seguir. Mi mamá era admiradora del campeón Julio Cesar Chávez y me obligó a practicar boxeo, me empezó a gustar y así se empezaron a dar las cosas”, cuenta Ana María Torres de su vida antes de su carrera profesional como boxeadora.
En la primaria fue cuando se dio el primer pleito de la niña Ana María Torres, cuando un niño la molestaba, ella lo golpeó y así se hizo respetar; sin embargo, nunca pensó en ser boxeadora porque su sueño era ser maestra de ballet o de una escuela, pero ni fue la bailarina del cuadrilátero ni la elegante de buenos ganchos y uppers virtuosos, sino una fajadora con una pegada fuerte, personalidad y capacidad casi animal para soportar los dolores y un estilo que empezó rústico y afinó con trabajo.
Su última pelea contra La Barby casi la retira
La Guerrera fue vencedora de Jackie Nava, contra la que empató en una memorable batalla y luego salió airosa contra la tijuanense en una auténtica guerra del ring, así como ante La Barby Juárez, nezatlense ante la que empató y triunfó en sus dos encuentros restantes, aunque la pelea que cerró la trilogía también pudo ser el final de su carrera pues el cirujano que la operó le aseguró que no iba a poder seguir como boxeadora.
“Lloré mucho. Un día me encontré al campeón mundial Lupe Pintor, quien me dijo: ‘No te preocupes, los huesos sanan y si te cuidas, vas a regresar’. Me cuidé y siguió mi historia”, recuerda quien conoció de dolores y abandonos, pues su padre se fue de la casa y junto con su madre y nueve hermanos vio la cara al hambre. Muchos años después Ana María dejó el boxeo, se convirtió en madre de dos hijos y abrió un gimnasio, donde evita que decenas de jóvenes caigan en los vicios y derroten a la pobreza.
EG