A 22 años de su fallecimiento, El Cuyo Hernández ingresó al Salón de la Fama del Boxeo Internacional con sede en Canastota, Nueva York, a pesar de haber sido un pugilista frustrado que jamás destacó sobre el ring, pero que desde la esquina encarriló como mánager hacia la fama, la gloria y el gusto del público a Púas Olivares, Lupe Pintor, Bazooka Limón, Alfonso Zamora, Carlos Zárate, Rodolfo Martínez, Gabriel Bernal y hasta el no menos grande Alexis Argüello.
Nacido en Juanacatlán, Jalisco, el 2 de noviembre de 1911, Arturo El Cuyo Hernández falleció el 20 de noviembre de 1990, solo algunos días después de haber coronado como mánager a su último campeón del mundo: Ricardo El Finito López, uno de sus tantos peleadores miembros del Salón de la Fama.
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El Cuyo Hernández, héroe del Gimnasio Lupita, en el Barrio de Tacubaya
Producto de su trabajo en el Gimnasio Lupita, en el Barrio de Tacubaya, El Cuyo Hernández fue ejemplo de otros entrenadores, ganándose el respeto de decenas de ellos y siendo un verdadero imán para peleadores con talento, convirtiéndose apenas en el tercer mexicano no boxeador en ingresar al Salón de la Fama, acompañando al también gran manager Nacho Beristáin y a José Sulaimán, presidente del Consejo Mundial de Boxeo.
Adelantado a su época, El Cuyo Hernández vivió 20 años solo con un cuarto de riñón injertado al hígado, pero ni eso lo detuvo para hacer como manager campeones mundiales y forjar la época dorada de los pesos gallo en México, así como tampoco su récord de 11 derrotas en 10 combates, como él mismo ironizaba de su carrera como boxeador amateur.
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Enamorado de su mujer; mujeriego empedernido
Su vida fue el box, pero también tuvo muchas mujeres y más hijos, aunque solo una fue su ejemplo: María, su madre. En público era uno y en privado estaba preocupado por sus hijos y desapegado del dinero. Frente al mundo era un manager irascible con la prensa y algunos de sus boxeadores. Actuaba como un personaje intratable que le valió también el apodo de El Tormentoso. Fue un autodidacta adelantado a su tiempo que entre sus anécdotas resalta una de cuando alguno de sus boxeadores no tenía la enjundia en el combate, le daba un mejoralito para cambiarle el ánimo.
Era un dicharachero que con Victoria Uralde, su gran amor, tuvo a cuatro de sus 10 hijos reconocidos y al que la Secretaría de Hacienda le reclamó unos 10 millones de pesos actuales en el pago de impuestos, lo que derivó en la diabetes que lo doblegó, lo que no pudo hacer el cáncer de riñón que enfrentó durante años. A lo largo de su exitosa carrera, dejó huella indeleble en el boxeo mexicano: 12 campeones mundiales (algunos afirman que fueron 17) y 37 nacionales.
EG