El último beso de la abuela Nora era un recuerdo fotográfico. Allí estaban ella y Luca Martínez Dupuy, su nieto, la noche del 24 de diciembre en la ciudad de Buenos Aires. Los dos se miraban, se buscaban, eran cómplices de esa bruma húmeda, invisible, que a veces sube desde el Río de la Plata. Y de pronto ella se fue: murió a los sesenta años, después de haberlo dado todo por Luca. Su vida, su vejez, el amor por el futbol. Esa alegría infinita que era también la de él.
Luca volvió a ver a su abuela hasta el día de su entierro, dos semanas después. En el momento más cansado del viaje, caminó hasta el ataúd para hacerle una promesa: celebrar en su nombre su primer gol en Primera. Y entonces el beso se lo devolvió él. La imagen de Nora lo acompañó día y noche en los entrenamientos de Rosario Central, el club que lo vio nacer. Hasta que llegó el partido de la Copa de la Liga Argentina ante Argentinos Juniors, en un Gigante de Arroyito que esperaba por ella.
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Alguna vez, en Toluca, mientras su papá jugaba como portero de los Diablos, su abuela le regaló un babero para darle de comer. “Yo amo a abuelita”, decía, entre letras grandes y pequeñas. Con el correr de los años, y de varias jornadas sobre la mesa, el pedazo de tela era más que una pintura al óleo: el recuerdo de una infancia que los representaba a los dos. Por eso, después de su muerte, Martínez Dupuy prefirió tatuárselo para siempre. Y allá fue con el mismo babero, la misma frase y las huellas de Nora.
El viejo regalo de la abuela quedó dibujado en el muslo de su pierna derecha. La misma donde se asoma el Estadio Azteca y un corazón, retratos de la vida de Luca y de su familia: “El Azteca por mi viejo (Nahuel), que estuvo ahí cuando jugaba en México; el corazón representa a mi vieja (Cin) y a mi hermana (Avril), que siempre nos siguen a todos lados; y el que está en el fondo soy yo con una pelota”, dice, en entrevista con El Heraldo Deportes. El aleph del futbol y su fuerza motora.
A los 41 minutos del partido contra Argentinos Juniors, la búsqueda del mexicano terminó en el área. Facundo Gómez subió por derecha, avanzó, centró vertiginosamente a Diego Zabala, que remató de zurda y a contrapié, y el rebote de Kevin Mac Allister lo dejó solo contra el portero Chaves, para cumplir su promesa. La portería abierta, un violento zurdazo a media altura y el gol. El primero de Martínez Dupuy en Primera con Rosario Central. Ese último beso al ataúd de Nora.
“Estaba seguro que en el primer partido que jugara iba a hacer un gol. Y justo en el momento en el que entró la pelota, me acordé de ella, porque se lo prometí en el último beso. La última vez que la vi fue el 24 de diciembre. Después, falleció. Todos saben que no ha sido fácil, que desde el primer día que llegué al club soñaba con esto. Y ella me dio una mano: me dejó la 'bocha' picando y yo sólo la tuve que empujar”.
En el festejo, el delantero de Central miró al cielo, levantó los brazos, cayó de rodillas y se largó a llorar. Era la imagen de un póster en el Gigante de Arroyito. Antes de volver al centro del campo, se arremangó el pantaloncillo y mostró el tatuaje del babero. ‘Yo amo a abuelita’. Promesa cumplida. “Lo primero que me salió en ese momento fue mostrarlo, festejarlo, mirar al cielo para darle una alegría. Ella me lo regaló cuando vivíamos en Toluca. Y lo sentí como algo nuestro. Cuando me acosté y me di cuenta de lo que había sucedido, no lo podía creer”. Los canallas ganaron ese partido 2-1.
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Los caminos de Luca Martínez Dupuy y Rosario Central se encontraron hace tres años, en la séptima categoría. En 2019, el mexicano terminó como el máximo goleador de la quinta y, a partir de verlo y confirmar su olfato, despertó la atención de Cristian González, uno de los históricos exjugadores del club y hoy técnico del equipo de Primera. El Killy le dio la oportunidad de debutar el 2 de noviembre pasado, en la victoria 2-1 sobre Godoy Cruz. Y, en el inicio de la Copa de la Liga, le pidió que estuviera tranquilo, que fuera él y que hiciera lo que sabía. Y así lo hizo.
“Desde hace tres años, me dormía todas las noches pensando en esto. El Killy me subió a reservas, después me hizo debutar ahí y luego en Primera. Es un técnico que confía en lo que hace y que sabes que va a dar la vida por vos”. Entre los mensajes que llegaron a su teléfono, había más de uno relacionado con la Selección Mexicana. Palabras de felicitación y reconocimiento para que siguiera en ese nivel, porque el futuro lo espera con la Sub 20. Y él quiere jugar para México.
El delantero de apellido compuesto nació el 17 de enero de 2001 en San Luis Potosí, cuando su papá, Nahuel Martínez, jugaba con los potosinos. A los cuatro años se mudó a Argentina junto al resto de su familia, donde nació su hermana Avril. “Los mejores años futbolísticos de mi viejo fueron ahí. México nos dio un lugar donde vivir y un plato de comida. Por eso quiero devolverle un poquito. Sé que estoy representando a un país entero y que tengo que romperme el lomo para cumplir mis sueños”.
El futbol de México, sin embargo, no llega a la televisión argentina. No se habla del Toluca, el América o el San Luis Potosí, los equipos donde jugó el mayor de los Martínez, pero igual los busca en resúmenes de YouTube. También, por computadora, Luca analiza los movimientos de los mejores delanteros del mundo. Lautaro Martínez, Romelu Lukaku y otros ídolos del pasado como Ronaldo, Raúl y Thierry Henry.
“Hago neurociencia, trabajo el cerebro, la velocidad de reacción. Todo lo que está relacionado con la visión y la toma de decisiones. Veo películas, series, hago yoga, leo libros de futbol que me recomienda mi viejo, que es el que sabe. Cuando estoy en casa comemos tacos, pero no les llegan ni a los talones a los de allá”, dice, con un tono bien mexicano.
Y allí reside, de algún modo, la cima del Everest.
Y el beso de Nora.
Ese momento en el que la vio reírse imaginariamente tras su primer gol con Rosario Central, aunque no supiera en realidad quién de los dos era el más feliz. Ni quién lloraba más.
Por Alberto Aceves