“Con este metro setenta y siete no podía llegarle de ninguna manera a Shilton, que debe medir uno ochenta y pico de alto. Por eso después se me ocurrió decir que fue la Mano de Dios. No fue más lindo que el otro, pero el morbo está en el gol con la mano”. Es junio de 2006 y en el televisor de Diego Armando Maradona está el Argentina-Inglaterra de México 86, el único partido que tiene dos goles con nombres propios: ‘La Mano de Dios’ y el ‘El gol del Siglo’, los dos ante 114 mil 583 espectadores en el Estadio Azteca.
“Encima Shilton dijo ‘no lo invito a Maradona a mi partido de homenaje, porque me hizo un gol con la mano”. ¿Y quién carajo quiere ir a tu partido, Shilton’? ¡Aparte un arquero! ¡Mirá si me va a invitar un arquero!”, dice Diego con ese ingenio y esa picardía que sólo él puede tener, cuando aparece la imagen del portero inglés reclamando al árbitro tunecino Ali Bin Nasser, aquel domingo 22 de junio de 1986. El hombre que piensa al genio desde los recuerdos es Fernando Signorini, su entrenador personal, amigo y confidente durante once años.
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Signorini conoció a Maradona en Barcelona, en septiembre de 1983. “Un tal Andoni Goikoetxea le rompió el tobillo a Diego, en un partido contra el Athletic, y ese momento de angustia me abrió la puerta a una profesión que inventó él: ser entrenador personal dentro de un deporte en equipo”, afirma y se ríe, porque esas locuras reconstruyen al atleta excepcional. Los dos estuvieron juntos en cuatro mundiales (1986-1990-1994-2010): los primeros tres como jugador y preparador físico, y en Sudáfrica como parte del mismo cuerpo técnico.
Diego le había advertido que en el Mundial de España 82 se sintió cansado por tantos entrenamientos largos. “Le expliqué que teníamos que hacer una prueba de esfuerzo en la que debía correr al máximo de sus posibilidades durante once minutos. Un test de Cooper. Era nuestro primer día y terminó fastidioso. ‘¿Cuántos metros tenía que hacer?’, me preguntó. ‘3600, hiciste 2550’, le dije. ‘Y vos cuántos hacés?’, insistió. ‘Mínimo 3200’. Y ahí, con las manitos en jarra, me tapó la boca: ‘Bueno, entonces el domingo jugás vos’”.
El trabajo de Signorini era físico, pero también mental. En México, antes del Mundial, entró a la habitación de Diego y le guiñó el ojo a Pedro Pasculli, su compañero de cuarto, antes de empezarle a hablar: ‘qué cagones son todos estos que vienen al Mundial, no tienen coraje: Platini, Zico, Rummenigge… todos dicen que prefieren que brille el equipo a un lucimiento personal. Y el que te dije también’. Maradona se dio cuenta que hablaba de él, bajó la revista que estaba leyendo y lo echó del cuarto.
--“¿Vos qué te crees, que es tan fácil?", le recriminó el 10.
--"¿Y cómo que no es tan fácil? Dame tus piernas y vas a ver lo fácil que es".
Al día siguiente, en el desayuno, Signorini abrió un periódico y leyó el título: ‘Maradona abre el fuego: seré yo la figura del Mundial’. Entonces, el capitán estaba listo. “Ahora que se preocupen”, pensaba, mientras le daba un último sorbo a su café con leche. Ese instante antecede la génesis del Argentina-Inglaterra, pero también construye en un segundo plano otra voz, subterránea, que habla de la memoria. En el partido soñado, Diego hizo el partido único. Era un artista que jugaba al futbol, dotado con condiciones inexplicables como Lionel Messi.
“Hace poco escuché que lo excelso es raro y muy difícil. Maradona no nació para ser explicado, sino admirado”, dice, 35 años después de ese partido al mediodía ante los ingleses; cargado de connotaciones políticas y con alturas de revancha bélica o diplomática por la guerra de las Malvinas, ocurrida cuatro años antes. “Maradona vengó con dos goles de zurda al orgullo patrio malherido en las Malvinas”, escribió el escritor uruguayo Eduardo Galeano, en su clásico El futbol a sol y sombra.
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Los goles más recordados en la historia del futbol los marcó el mismo hombre, en un solo partido y con cuatro minutos de diferencia (51’ y 55’). En el primero, con su metro setenta y siete, Maradona levantó el puño con la picardía del barrio de Villa Fiorito y anticipó en el salto al portero Peter Shilton, que era mucho más alto que él. En el comienzo de su festejo, miró tres veces al árbitro, “como si no terminara de creer que la ilegitimidad de la mano no impidiera la validez del gol”, agrega Andrés Burgo, en su libro El Partido (del siglo).
Para algunos de sus compañeros, Diego delató su trampa con ese gesto. Para otros, en cambio, el que nunca se detuviera y siguiera corriendo fue su segunda virtud. “Al primero que veo es a ‘Checho’ (Batista), que me viene a saludar. Y le digo: ‘Checho, abrázame, haceme un teatro para que lo cobre el referí’. Después de ser acorralado por los ingleses, el el árbitro me miró como diciendo ‘¿qué hiciste?’. Cuando marcó el centro del campo, volteé al cielo y dije ‘gracias, Dios’”, contó alguna vez el genio argentino en su programa ‘De Zurda’, previo al Mundial de 2014.
Cuatro minutos más tarde, Maradona reivindicó la magia que poseía recorriendo 52 metros en 10,6 segundos, desde atrás de la media cancha. En su camino, dejó sembrados a cinco jugadores ingleses y otros dos rivales que intentaron acosarlo. El arte en 44 pasos y 12 toques fue relatado como nadie por el uruguayo Víctor Hugo Morales, el hombre que dibujaba metáforas en la transmisión de radio para Argentina.
“ahi la tiene Maradona, lo marcan dos, pisa la pelota Maradona,
arranca por la derecha el genio del futbol mundial,
y deja el tercero y va a tocar para Burruchaga,
¡Siempre Maradona! ¡Genio! ¡Genio! ¡Genio!
Ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta...
Goooooool... Gooooool...
¡Quiero llorar! ¡Dios santo! ¡Viva el futbol! ¡Golazo! ¡Diego! ¡Maradona!
Es para llorar, perdónenme...
Maradona, en una corrida memorable, en la jugada de todos los tiempos...
Barrilete cósmico... ¿De qué planeta viniste?
Para dejar en el camino tanto inglés,
para que el país sea un puño apretado, gritando por Argentina....
Argentina 2 - Inglaterra 0...
Diegol, Diegol, Diego Armando Maradona...
Gracias Dios, por el futbol, por Maradona, por estas lágrimas,
por este Argentina 2 - Inglaterra 0...”
En esa portería, a unos 12 metros de distancia, estaba Fernando Signorini, atrapado entre decenas de camarógrafos y teleobjetivos que no le permitieron ser testigo del gol. “Cuando comenzó la jugada y Diego empezó a evolucionar, todos se empezaron a levantar porque adivinaban que la cosa iba a ser realmente seria y, entre todos esos aparatos que tienen, traté de ver a los manotazos y no pude. Lo hice hasta el hotel de concentración, pero fue un hecho que lo elevó a convertirse en un mito”.
“Traten de parar a este hombre por el amor de Dios”. “El primer gol nunca debió haber sido convalidado, pero Maradona ha puesto un sello de su grandeza”, decía la televisión inglesa, durante el relato del gol. Entre aquellos que lo vivieron de cerca está Jorge Valdano, el goleador secundario de esa selección. “Mi único privilegio fue haber visto el gol de todos los tiempos desde más cerca que el resto de la humanidad. Y posiblemente el segundo privilegio haya sido conversar con el autor de la jugada, en la ducha, cuando él todavía no había visto su obra por televisión”, escribe por correo desde España.
“Bueno, se terminó la discusión: ya comes en la misma mesa que Pelé”, le dijo Valdano en las regaderas. “Mirá lo que son las cosas -le contestó- yo durante toda la jugada te la quería dar a vos que venías en el segundo palo y siempre se me cruzaba un inglés que me hacía cambiar de idea”. “Todavía ahora no puedo entender cómo me pudo ver a mí, estando tan concentrado en la pelota, pero Diego tenía ojos esparcidos en el cuerpo. Eso me permitió comprobar cómo funciona la cabeza de un genio en acción”.
El partido termina 2 a 1 a favor de Argentina. Es el momento en que Maradona toma el control y enciende un habano, en este mes de junio de 2006. A su foto, mientras escucha sobre el césped el himno argentino durante México 86, sólo le falta la boina verde militar para ser un calco del Che Guevara, el comandante de la revolución cubana. "Cuando me cayó la ficha, lloramos todos juntos", confiesa, cuando aparece por primera vez la Copa del Mundo.
Aunque él no lo sabe, sus goles seguirán gritándose por las calles de Argentina. Se cumplirán 20, 30, 35 años. Lo recordarán los veteranos de Malvinas y los jugadores del 86. Y en una Nochebuena, dirigiéndose a su familia como si frente a él estuviera un estadio colmado, encontrará la respuesta a lo que fue. “Les habla Diego Armando Maradona, el hombre que le convirtió dos goles a los ingleses y uno de los pocos argentinos que sabe cuánto pesa una Copa del Mundo”.
Porque Diego era El Diego y también muchos Diegos a la vez.
Por Alberto Aceves