De todos los esféricos que se han utilizado en los Mundiales, solo uno se lleva el título del balón más odiado por los futbolistas, que jamás pudieron encontrarle la forma de pegarle para darle dirección a gol o agarrarlo para impedir alguna anotación. Aquí te decimos cuál es.
Aunque los primeros esféricos eran de cuero, ni siquiera esos fueron tan polémicos, controvertidos y odiados como el hecho por Adidas, que asegura era perfecto y con menos costuras, pero que hacía que ni delanteros ni porteros pudieran tener control absoluto de él.
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Desde 1970 en México, cuando Adidas y FIFA iniciaron su relación tras ser el suministrador oficial en 1968 con Telstar Elast en la Eurocopa y los Juegos Olímpicos realizados en nuestro país, la marca alemana reemplazó los balones naranja de cuero con los tradicionales de color blanco con cascos negros poligonales, siendo el primero de todos el Telstar Durlast.
En Argentina 78 surgió el Tanto, seguido por el Tango España en 1982, el Azteca en México 86, el Etrusco Unico en Italia 90, el Questra en EEUU 94, el Tricolore en Francia 98, el Fevernova en Corea-Japón 2002, el Teamgeist en Alemania 2006, el Jabulani en Sudáfrica 2010, el Brazuca en Brasil 2014, el Telstar 18 en Rusia 2018 y finalmente el Al-Rihla en Qatar 2022.
El balón más odiado en la historia de los Mundiales
No obstante, el Jabulani de Sudáfrica 2010 es el balón más odiado en la historia de los Mundiales, pues se enfocaron más en el diseño y significado de cada línea, trazo o color, que en su calidad.
Muchas críticas recibió dicha pelota, pero fueron peores los números: 145 goles en todos los partidos disputados, el segundo con menos anotaciones en la historia de los Mundiales y con el Jabulani como el gran villano, pues era tan liviano que era impredecible al momento de patearlo o tratar de agarrarlo, ya que tenía casi nada de agarre y hacía imposible jugar con él.
La polémica fue tanta que incluso la NASA lo estudió, revelando que al ser tan liviano y sin tantas costuras hacía que el aire no fluyera sobre la superficie, por lo que una vez alcanzados los 70 kilómetros por hora en un disparo su trayectoria era impredecible, arruinando el tiro de cualquier delantero y la percepción de los porteros al tratar de agarrarlo.
EG