La Final del Invierno 1997 entre Cruz Azul y León es recordada por la afición celeste como una de las más intensas y heroicas de su historia. No solo por romper una sequía de 17 años sin título, sino por el acto de sacrificio de su delantero estrella, Carlos Hermosillo, quien jugó los minutos decisivos con un chaleco antibalas debido a una fractura en las costillas. Aquella noche, ensangrentado y con el rostro hinchado, marcó el penal que selló el octavo campeonato de “La Máquina”.
La lesión ocurrió en la semifinal ante Atlante, cuando "El Grandote de Cerro Azul" recibió un fuerte golpe que le dañó las costillas. La lógica médica indicaba que no debía jugar más en el torneo, pero él no estaba dispuesto a rendirse. “Todo mundo me tachaba, incluso mi esposa me decía que si me operaba se iba a divorciar de mí, el doctor que me iba a operar me decía que estaba loco, toda la familia igual", relató el máximo goleador cementero para Joaquín "Shaggy" Mtz. A pesar de las críticas, se sometió a una operación y planeó su regreso para la Final.
Fue entonces cuando recurrió a una ayuda inesperada: “Tuve la fortuna de conocer a un jugador de hockey canadiense llamado Wayne Gretzki, él era el Maradona de ese deporte en su país, y yo lo conocía y me mandó el chaleco el cual yo utilicé”. Con esa protección, ingresó al minuto 55 del primer partido de la Final, aunque reconoció que no pudo rendir al máximo. “No jugué muy bien pues traía un chaleco antibalas…”. Para la vuelta, entró en tiempo extra, recibió una brutal patada de Ángel David Comizzo y, con el rostro ensangrentado, ejecutó el penal que lo convirtió en leyenda.
El sacrificio que valió un título
Hermosillo narró que su entrada en el segundo tiempo extra fue decisión del técnico Luis Fernando Tena, quien le advirtió que solo jugaría “si era estrictamente necesario”. Y ese momento llegó. “Fue una gran decisión y lo mejor que me pudo haber pasado. Fue un partido difícil porque se daba en León, pero estábamos muy bien concentrados y se me dio la oportunidad de entrar a mí”, contó el delantero.
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Con apenas diez minutos en el campo, definió el título con sangre en el rostro y la presión de 17 años sin gloria sobre sus hombros. Desde ese momento, Carlos fue vitoreado por la afición celeste, ganándose el respeto de toda la Liga MX por su hazaña.
