Este 5 de septiembre se cumplen 45 años de la masacre ocurrida en los Juegos Olímpicos de Munich en 1972 cuando 11 miembros del equipo olímpico israelí fueron retenidos y asesinados por el grupo terrorista Septiembre Negro, una facción de la Organización para la Liberación de Palestina.
Después de 10 días de competición, reinaba lo puramente deportivo. El personaje de los Juegos era, con sus siete medallas de oro, Mark Spitz, un estadounidense judío. Tan judío como los 20 integrantes de la delegación israelí, que estaban a punto de vivir una pesadilla la madrugada del 5 de septiembre.
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El resultado fue fatal, pues además de los cinco atletas, dos árbitros y los cuatro entrenadores israelíes, también mataron a un policía de Alemania Occidental y a cinco de los ocho participantes del grupo terrorista para enlutar las páginas del deporte. Lo que pedían, era la liberación de 234 prisioneros en cárceles israelíes, así como los fundadores de otros grupos que estaban retenidos en Alemania.
SEPTIEMBRE NEGRO
Todo comenzó el 5 de septiembre cuando en la madrugada, los miembros de la delegación de Israel se vieron sorprendidos al estar ya en sus habitaciones tras una noche de fiesta. Hasta ahí llegaron los miembros de Septiembre Negro, vestidos con uniformes deportivos se brincaron las bardas con ayuda de deportistas de otros países, quienes nunca pensaron sus verdaderas intenciones.
Llegaron con las armas guardadas en las maletas y ya adentro comenzó todo en el cuarto del entrenador del equipo de lucha, Moshé Weinberg, quien forcejeó y después fue apoyado por deportistas, ahí comenzó la masacre. En la disputa, 9 atletas lograron escapar y Weinberg fue obligado a llevar a los terroristas con los demás atletas, buscó el tercer cuarto donde estaban los más fuertes, pero fueron sorprendidos durmiendo, por lo que los de Septiembre Negro terminaron por tomar a 9 rehenes.
Más allá de las represalias políticas que provocó este terrible suceso, los Juegos no se detuvieron salvo el día del asalto, pese a la petición de suspensión. La competición se reanudó el día 6 con un funeral en el estadio olímpico, que estaba repleto en las gradas por el público y en la pista por los deportistas.
Las banderas del COI y de la mayoría de países ondearon a media asta, salvo las de los países árabes, que se encontraban en una encrucijada. La terrible tragedia sirvió, al menos, para que, a partir de entonces, existieran y sigan existiendo unas medidas de seguridad ejemplares en torno, no sólo a los Juegos Olímpicos, sino a cualquier acontecimiento deportivo de envergadura.
IY