Miércoles 25 de Septiembre 2024
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ENTREVISTA: Andrés Lillini, el romántico comunista: Pumas, el futbol y una vida en el Banco Nación

El técnico del equipo universitario se encuentra con viejas historias. Desde la muerte de su primo Danilo hasta el amor por una pianista rusa, pasando por el área de cuentas corrientes junto a Jorge Sampaoli.

Foto: Twitter @LigaBBVAMXCréditos: Twitter @LigaBBVAMX
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Andrés Lillini recuerda a su primo Danilo, el chico que jugaba en las categorías menores de Newell’s Old Boys y que llamaba a su puerta en San José de la Esquina, una localidad pequeñita cerca de la ciudad de Rosario, para salir a las calles. La sola mención de su nombre le quiebra la voz, desarma cualquier reacción recurrente. Lillini baja la mirada, se quita los lentes y entonces, por primera vez, demora más de cinco segundos para elaborar su repuesta. “Él es el culpable de que yo haya llegado al futbol”, dice, y aparecen las lágrimas, porque “Danilo decidió quitarse la vida y el timbre dejó de sonar”.

En la casa de los Lillini, nadie más que Danilo jugaba todos los días con la pelota. “Mi papá no entiende nada de futbol, pero opina. Mis hermanos andan con los caballos y las vacas. El futbolista en la familia era él”, agrega, y en este punto todo parece volver a su lugar. Los lentes, su voz aguda, la mirada alta. “Lo tengo presente en todos los partidos”. Andrés estuvo cinco años en el mismo equipo que su primo, con una generación de jugadores en la que casi todos llegaron a Primera División. Menos él, “porque la verdad en mi puesto había mejores”.

A los 19 años, con el nacimiento de su hijo Valentín, su carrera siguió en las ligas regionales del futbol de Argentina. Por esos días, un entrenador le pidió que lo acompañara a entrenar a los chicos que estaban en la calle y no tenían club, en un lugar que era todo menos una cancha de futbol. Estuvo dos años con él y quiso continuar por ese camino, trabajando de la misma manera en otros pueblos. Siempre con niños de 6 a 12 años. Lo hizo en Pujato, otra localidad muy chiquita de la provincia de Santa Fe, y en Arteaga, al límite de la provincia de Córdoba.

Foto: Mexsport

Jugaba al futbol y dirigía, “y entonces me di cuenta que tenía una gran pasión por esto”. Pero también otras responsabilidades, principalmente como padre. Eso lo llevó trabajar en el Banco Nación, en una de las sucursales de su pueblo, encargado de las cuentas corrientes. Paralelamente, Jorge Sampaoli, su técnico en Belgrano de Arequito -uno de los clubes de las ligas del interior- trabajaba a 50 kilómetros de su casa, en la ciudad de Casilda, como responsable de la misma área. Ninguno sabía muy bien de qué se trataba eso.

“Yo estaba a cargo de las cuentas corrientes (contratos bancarios), pero hablaba 40 minutos con Sampaoli por teléfono y se me olvidaban las cosas (se ríe). La gente en mi pueblo renegó mucho conmigo. Cada que voy les pido perdón, porque los hacía volver y era un loco. Pero estoy agradecido, porque tenía que mantener una familia. Ese trabajo es el que me daba el sostén”, explica, y detiene la conversación en Sampaoli, el técnico que le mostró el camino para ser lo que es ahora.

“Estaba enfermo por el futbol. Hacía lo mismo que yo en el Banco y a la vez era mi técnico. Jorge también empezó su proceso en 1996, siendo técnico de mi equipo. Un apasionado, un loco. El cuerpo técnico que tiene hoy en el Olympique de Marsella, lo acompañaba en ese tiempo: su preparador físico, sus auxiliares. Hizo una revolución a nivel amateur y salimos campeones después de 18 años. ¡No sabes lo que fue! Era como si hubiéramos ganado la Copa Libertadores. Para mí fue un gran ejemplo y yo traté de seguirlo en muchas cuestiones”.

Foto: Mexsport

Después de dividirse a los clientes y jugar con números, Lillini y Sampaoli siguieron por otros rumbos. Andrés se fue a jugar a Pujato, a 40 kilómetros de Rosario, donde fue tricampeón y le dieron la posibilidad de jugar y dirigir a los pequeños del equipo. Entonces, recibió el llamado de Darío Franco, ex capitán del Morelia y campeón de Liga en el Invierno 2000, preguntándole si podía viajar a México para encontrarse con el presidente del club, Álvaro Dávila, porque lo quería conocer.

Su mamá le pagó el boleto y el viaje duró tres días: en el primero, Morelia jugaba con Pumas en el Estadio Olímpico Universitario y Lillini se presentó con Dávila, quien le pidió quedarse dos días más. Lo recibió en las instalaciones de TV Azteca. Luego, viajó a Morelia, estuvo ahí durante una semana y regresó a la Ciudad de México, antes Distrito Federal. Álvaro le dijo que se iba a encargar de la estructura deportiva. Invirtió dinero en capacitarlo y entonces el viaje de tres días se alargó por seis años.

Durante ese tiempo, el argentino se reunió con ex jugadores del equipo para encontrar entrenadores.  Llegó con ellos a Tijuana, donde hizo su primera prueba con jóvenes en una cancha de béisbol, a la que asistieron 11 elementos. De ahí seleccionó a Mario Moreno, un mediocampista de Tlalixcoyan (Veracruz), que alcanzó la primera categoría. Y así se fueron acumulando debuts. Cuando menos se dio cuenta, el Morelia ya tenía a dos campeones del mundo Sub 17 con Jesús Ramírez en 2005: Ever Guzmán y Adrián Aldrete.

“También a ‘El Harlem’ Medina, que era auxiliar de Chucho y había estado conmigo en Tercera División. De ahí empezaron a salir varios jugadores. Omar Trujillo, Moisés Muñoz, Ismael Íñiguez, Miguel Ángel Fraga; Oribe Peralta, que estuvo dos años con nosotros, Oswaldo Alanís, Elías Hernández, Jorge Gastelum, Yasser Corona… Morelia les empezó a dar oportunidades, hasta que el director deportivo me dijo que tenía que dar un paso al costado. Ese fue el primer dolor de mi vida profesional”, confiesa, sin muchas vueltas.

Foto: Mexsport

En septiembre de 2001, tres meses después de su llegada con los michoacanos, Lillini enfrentó la muerte de seis jugadores de las fuerzas básicas luego de la caída de un rayo sobre una de las canchas de entrenamiento. “Nosotros nos salvamos de casualidad, porque también estábamos ahí. Tuvimos que empezar de cero. Fue un momento muy crudo, difícil para superar. Y eso nos dio una fuerza para salir adelante. Hubo mucho apoyo de la directiva. No teníamos dónde entrenar. La liga municipal de Morelia nos prestaba las canchas que estaban en mal estado”.

De vuelta en Argentina, el Club Atlético Boca Juniors lo hizo coordinador de sus categorías inferiores, entre 2007 y 2011, y luego se sumó al CSKA Moscú, de 2011 a 2014. Allí, en Rusia, conoció a Olga, su esposa, pianista de música clásica. La mujer que lo obliga a ver con ella películas románticas de su país para que conozca el idioma “y en las cuales me duermo a los 18 minutos, contados por el reloj, desde que empieza”, dice en voz baja para que no lo escuchen. “Si acá no te acordás de una fecha en la que tienes que mandar flores, duermes afuera. Me volví un romántico comunista (se ríe)”.

Foto: Club Atlético Boca Juniors

La conversación entonces llega a Pumas, el equipo al que arribó en noviembre de 2017. Primero como Director de Fuerzas Básicas y tres años después como técnico de Primera División, con la salida del español Miguel González ‘Míchel’. El argentino, hoy con 46 años, dice que la vida del entrenador de un primer equipo es como la de los perros: envejeces cinco años cada calendario, “pero lo disfruto, porque la gente no me conoce y puedo seguir haciendo las compras en el supermercado”.

¿Qué más hace en sus tiempos libres?

Leer, principalmente libros de entrenamientos. Ahora estoy con ‘El método Monchi’, sobre el director deportivo del Sevilla. Además, estoy tomando dos másters en el Instituto Johan Cruyff y el MBP de Barcelona. No voy a parar de estudiar, porque creo el estudio me hizo llegar a donde estoy.

¿Es un entrenador obsesivo?

Sí. Y cada vez voy entendiendo más que esa obsesión no te lleva a buenas cosas, porque no dependés de tu obsesión y de vos como individuo. Dependés de gente que lo lleve a cabo, que son los futbolistas. A veces, tu obsesión por algo no son cinco metros más o cinco menos en la definición de un partido. O si un jugador está acá o allá. Esa obsesión la fui mejorando, porque me di cuenta que los intérpretes, que son los jugadores, no eran determinantes para eso. La finalidad es que entiendan lo que vos querés en situaciones reales del juego.

¿También emocional?

Demasiado. No sé dividir la emoción y la pasión muchas veces. Por eso digo que no tengo mucho protocolo para ser entrenador de Primera División.

¿Por qué lo dice?

Porque veo que para estar en un banco de Primera División hacen falta muchas cosas y yo las estoy aprendiendo. No sé si voy a tener el tiempo para ser como el ‘Tuca’ Ferretti, (Víctor Manuel) Vucetich o ‘El Piojo’ Herrera. O como tantos técnicos que tuve en mi época con el Morelia. Hay cosas que me cuestan: principalmente, la frase hecha. A veces tengo miedo de decir algo y meter la pata, y que eso me condene. Porque adentro del vestidor soy así.

¿Qué es la 'garra puma'?

A mí me tocó trabajar en Boca Juniors cuatro años y es algo muy parecido. ¿Qué es la garra puma? Sacar de la entraña un esfuerzo más que el resto. Lo de Cruz Azul fue un hecho raro, dentro de lo histórico para el club. Y ayudó a decir que eso es la garra puma. Ahora, ¿te alcanza con la garra y la mística? No. No podemos andar vendiendo siempre esa imagen.

¿Por eso cuesta tanto?

Cuando la gente dice que Pumas juega mal, yo pregunto: ¿habrá muchos Pumas que fueron como el Manchester City o como el Barcelona? No lo creo. ¿Vos creés que a mí no me gustaría dar 20 pases seguidos? ¡Puta, cabrón! ¡Claro que me gustaría, pero no tengo los jugadores para hacerlo! Este año hemos tenido partido malos, pero ¿Monterrey juega mucho mejor que nosotros con el plantel que tiene? Salvo el América y Cruz Azul, que de verdad juegan bien y tienen planteles bárbaros, los demás remamos como locos.

Con el tiempo, ¿se aprende también a sufrir?

El sufrimiento estaba calculado de mi parte con el presidente, pero no tanto. No tuve en cuenta, y fue un error mío, el no haber parado en diciembre. Nos costó muchísimo. Además, tenemos muchos jóvenes. El otro día en la banca, contra Necaxa, llevé a dos chiquitos de 17 años. Cuando hicimos el gol, les miré la cara y estaban llorando. Entonces dije: ‘¡mierda, carajo!’. Imagínate hacia atrás. Contra San Luis, que no pudimos ganar, vos le mirabas la cara a esos chiquitos ¡y estaban blancos, cabrón! Pumas tiene este proceso hoy, por una situación económica que está viviendo. ¿Le tuve que poner el pecho? Claro, si no hubiese dado un paso al costado como lo dio Míchel y decir: ‘acá tienen el auto, manéjenlo’. Pero ¿cómo voy a poner la cara cuando me fue bien y ahora voy a abandonar el barco? ¿Voy a decir que esto se dio porque se fue Carlos González?’. Tampoco es así. ¿Qué es el proceso? Es esto. ¿Lo podés explicar? No muchas veces, porque suena más a excusa que a otra cosa.

Pero se llevaron a su goleador…

Se llevaron al tipo que más sacrificio tenía para que la cosas salieran bien. Porque al final, ¿sabes qué?, González hizo cinco goles, pero hacía un trabajo de hormiga, silencioso. ¿Sabes lo peor que me pasó este torneo? Que me quedé sin competencia interna. Me trajeron a Mayorga, porque era el tercer titular en Chivas. ¿Por qué no prestó (Ricardo) Peláez a ‘Chicote’ Calderón? En el camino, yo le dije a Chucho (Ramírez): ‘¿de cuánto es la opción de compra?’. ‘Después lo vemos’, me contestó. ‘Chucho, averigüen la opción de compra’. La averiguó cuando Mayorga ya estaba acá. Iban tres partidos y no era titular. ‘Cuatro millones de dólares’, me dijo. Imposible de pagar. ¿Cómo vas a pagar eso por un lateral mexicano?

¿Qué pasó después?

Jero Rodríguez empezó a jugar como titular, le agarró el Covid y entró Waller, que estaba enojado porque no lo ponía. Y Mayorga terminó siendo lo que es. Entonces, la competencia interna por el lateral derecho era impresionante. En el medio de la cancha, con el Lobo Iniestra, Lira, Leo López, no sabías quién iba a jugar. La lucha seguía también allá arriba, porque a González lo senté contra Tigres y puse a Amaury García, saqué a Favio Álvarez y puse a Iturbe. Un Iturbe que volaba y quería jugar. Y este semestre se me fueron tres jugadores y trajimos a Gabriel Torres sobre la hora, pero la competencia pasó a ser con chicos de 17-20 años. Entonces, hay una zona de confort que tengo que reactivar, si es que estoy después de este semestre.

¿Lo golpearon las indisciplinas?

Mi labor era hacerme cargo. Nosotros abandonamos a los chavos muy fácil. Mozo se equivocó, andaba pedo… ¡Puta! ¡Hazte responsable también, cabrón! ¿Cuántas veces hablaste con Mozo sobre esta situación? 20 mil. Habrá que hablar 21 mil. Ahora están más expuestos porque de un celular, un mesero, te saca una foto y te prenden fuego. Tienen que saberlo. ¿Cómo se soluciona? Haciendo un compromiso que no se equivoquen más porque se van a quedar afuera de todo. Por tomar, por fiestas o gastarse el dinero en autos. Es todo igual. Yo estoy para ayudarlos. Pueden levantar el teléfono a las dos de la mañana: ‘profe, estaba con una mujer en un hotel y me pasó esto. ¿Me viene a buscar?’. Te voy a buscar, cabrón. Pero pasa algo y te dicen: ‘así son los chavos de ahora’. ¡Puta, cabrón! ¿Entonces con quién trabajamos? No pueden tomar la vida como un jolgorio.

¿Algún sentimiento especial contra el América?

¡Extraño al Capi Tena, cabrón! Porque con él nos metíamos unas cruzadas bárbaras en fuerzas básicas. No queríamos perder ninguna edición del clásico ¿Sabes quién me escribe dos veces por mes? El Capi Tena. Una persona maravillosa, y es del América. Ojalá todos tengamos esa pasión como estos dos locos, que no se saludaban a la hora del partido pero que a los chicos le transmitíamos eso: ‘que es el América y no puedes perder’. No a cualquier precio, porque ninguno hacía trampa y nunca hubo madrazos. La competencia es la que hace crecer a los chicos. No hay otra realidad.

Si tuviera que tomarse un café con tres entrenadores, ¿a quiénes elige?

¡Uff! Al ‘Flaco’ Menotti, Simeone y Guardiola. ¿Sabes por qué? Porque sería el máximo nivel para escuchar cosas que yo no sé hacer. A mí me gustaría tener los huevos de Simeone y la tenencia de Guardiola. Ojalá algún día me toque también esa billetera, ¿no? Pero escogería esa gente para ver los polos opuestos y aprender. El agua y el aceite. Que uno le explique al otro: ‘mira, Simeone, puedes jugar también así y así…’. Y que Menotti se levante y diga: ‘esto es así y punto’. Yo pagaría los cafés (se ríe).

¿Qué es Pumas en su vida?

Yo me puedo morir tranquilo, porque Pumas pasó por mi vida.

Por Alberto Aceves