El hambre y la sed llevan al hombre a hacer cosas inimaginables, insospechadas, sobre todo cuando se encuentra aislado y con pocas opciones de supervivencia, como le ocurrió a todos y cada uno de los participantes de la quinta temporada de Survivor México, pero en especial a Lizbeth Rodríguez, quien jamás se imaginó llegar a tanto ni que mucho menos llegar a darle hasta pena a sus mismos compañeros.
Pero así fue para Lizbeth Rodríguez y vaya de qué manera, pues más allá de las competencias, de la convivencia, el hambre, el esfuerzo, la entrega, los chismes, traiciones y estrategias, ella misma confiesa que “Survivor México no es una competencia contra tus compañeros ni la otra tribu, sino contra ti mismo”.
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El hambre, lo más difícil de lidiar en Survivor México
Sobre cómo soportó el hambre en Survivor México, Lizbeth Rodríguez reconoce que “es horrible que se te antoje algo, que fantasees con estar afuera, con estar en un restaurante, con entrar a una tienda… ¡Ay, empecé a babear! Estamos acostumbrados a que si tenemos frío nos tapamos, si tenemos calor nos destapamos, si tenemos sed tomamos agua y si tenemos hambre comemos y aquí no. Tus necesidades básicas no están siendo cubiertas. Yo considero que sí nos deberían de dar aunque sea un chocolatito, una almendra, un cacahuate, algo que te dé energía porque llegó un momento en el que gritaba, me mareaba. Era una cosa muy loca, porque nos manteníamos de pie casi de puro milagro”.
Y añadió: “Nos tocó una temporada difícil porque no había cosas para cazar. Sí se intentó pescar y muchas cosas, pero no había nada ni teníamos el equipo como para ir a explorar. Sí la pasamos mal, la neta. No sé cómo explicarles, pero te duele la cabeza, andas de mal humor porque no duermes bien. Es una cosa muy loca estar conviviendo con tantas personas bajo esas circunstancias”.
Lo más extremo que hizo Lizbeth Rodríguez para comer
En Facebook, reveló entonces que “les voy a decir la neta. No sé si me vayan a regañar, pero, ok: Ustedes saben que a veces había que llegar a caminar para llegar al punto del otro juego. Entonces, a veces, nos encontrábamos bolsas de basura en el camino y pues, o sea, yo no voy a decir que agarraba de la basura y buscaba a ver si encontraba algo, pero sí hubo compañeros que sí agarraron y obvio, cuando yo los miraba así, les decía: ‘Ay, pues dame un cacho, ¿no?’”.
Y culminó: “Sí, una vez alguien se encontró un pedacito que tenía jamón y pepino y… ¡Ah, todavía lo recuerdo como si fuera ayer! ¡A mí me tocó un pepino! No, es muy grave, no lo debemos de hacer porque imagínate una infección”, aunque confesó también que “una vez, la neta, miré en el pasto, así aplastada, como mermelada, we. Entonces yo primero la limpié y luego: ‘¡Ala, está bien buena!’ y que Lobo me dice que no hiciera eso delante de los verdes porque aunque estaba orgulloso de mí, le daba pena. Yo agarré mi mermelada, no sé si era de chabacano, fresa o durazno, y que lo obligo a que la probara, que se la meto a la boca y él: ‘¡Ah, está bien buena!’. Tanto que incluso cuando regresé me arrepentí de no haber agarrado todo, aunque estuviera sucia, porque esos momentos sublimes y especiales solo pasan una vez y lo recordaré como lo más maravilloso”.