Equivocarse es natural en el hombre, pero nadie quiere hacerlo en un Clásico. En las semifinales de vuelta del Apertura 2018, América y Pumas decidieron al finalista de aquel torneo para ver quién iba a enfrentar al Cruz Azul en la final. Esa noche, la forma de ver el futbol cambiaría para un jugador.
En el partido de ida el resultado fue un empate 1-1 con goles de Diego Lainez por el América, y Martín Rodríguez por Pumas. Esa noche fue pura entrega de ambos equipos y se esperaba que la vuelta fuera al menos igual. Pero algo cambió.
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Fueron apenas siete minutos de partido en un lleno total en el Estadio Azteca. Fue por la banda derecha, el mismo lado por donde cayó el gol de Lainez en la ida, el disparo que no alcanzó el portero de Pumas, Alfredo Saldívar. Ahora el mismo guardameta universitario estaría mejor posicionado ante el tiro de Renato Ibarra, que sacó zapatazo cerca de donde estaba Saldívar, que al querer recostar para detener la pelota, acabó haciendo un oso: el esférico se le fue por abajo al portero. Un túnel trágico.
Después lo empató Pumas y parecía que el partido se pondría más intenso. Al 23’, Carlos González clavó un testarazo imposible para Agustín Marchesín. Pegado al poste. Había partido para ambos.
Cuatro minutos después, Bruno Valdez se deshizo de la marca de Alejandro Arribas y metió un cabezazo para darle la delantera nuevamente a las Águilas. La presión volvió a estar del lado de los universitarios. Y se notó.
Vino entonces lo más trágico de la noche. El estadio se le fue encima, se le derrumbó a Alfredo Saldívar. Al querer salir jugando y ante la presión de un rival, El Pollo regaló el esférico a Renato Ibarra, que controló e hizo lo que no hizo Saldívar: alzó la cara y miró a quién dársela, vio a Roger Martínez y le envió un centro, uno pasado, que resolvió el colombiano con una media tijera descompuesta. El Azteca se cayó de la emoción. pareció caer encima del portero de Pumas.
El marcador era 3-1. El global 4-2. Aún había esperanzas para los felinos que se fueron al descanso para replantearse. Pero no se los permitió el América.
Tiro de esquina apenas empezando la segunda mitad. Cobro corto que llegó a Guido Rodríguez, que metió derechazo para hacer más pesado al Azteca sobre los Pumas. Así empezó el baile azulcrema.
Cuatro minutos después, una descolgada americanista. Renato Ibarra llegó con velocidad por derecha, solo, alzó la cara y vio a Diego Lainez, que entró con floja marca para rematar cómodamente. Ya eran cinco.
Pero todavía la noche le deparaba más peso encima al arquero del América. En su afán por proteger la pelota en un achique, metió el pie con el que tropezó Roger Martínez. Penal para el América. Saldívar pensó en mejor quedarse quieto. Y así lo intentó en el cobro de la pena máxima, pero esa noche no era la suya. Al 70’, Saldívar se quedó en medio, Emanuel Aguilera cobró justo en medio, con potencia. La mano del desatinado arquero sólo se levantó, pero no pudo detener el disparo.
Fueron 20 minutos finales de sufrimiento, de ver cómo el estadio se le caía encima, de repasar una y otra vez los errores, de recriminarse. Todavía tuvo otra jugada, otro disparo de Lainez que Saldívar alcanzó a desviar, pero ya era tarde.
Esa noche a los Pumas se les cayó encima el Estadio Azteca y fueron humillados por el acérrimo rival. Esa noche, Alfredo Saldívar fue villano y la duda lo acompañó hasta su salida de Pumas.
Esa noche fue de lo peor que he vivido. A partir de ahí vi el futbol de otro modo: para crecer y aprender", declaró Saldívar tiempo después a un diario.
Ahora, sin Saldívar en el arco, y sin público en las tribunas ante la pandemia por coronavirus, Pumas querrá borrar el recuerdo de ese amargo Clásico, de esa goleada en la que a Alfredo Saldívar el Estadio Azteca se le vino encima.
FDR