Cuando el brazo del cadáver se levantó durante la cremación, el miedo recorrió el cuerpo de David Boquin, futbolista argentino que dejó las canchas por el cementerio, donde trabajó como sepulturero a sus 20 años para sacar adelante a su familia.
El futbol brinda satisfacciones que no son suficientes para vivir. Cuando se inicia el andar por las canchas luce difícil percibir un sueldo para sostenerse económicamente. Por eso David, surgido de las inferiores del club All Boys de Argentina, centro delantero con virtudes en el remate de cabeza y técnico a pesar del 1.85 metros de estatura, tuvo que mirar opciones, ya no para desmarcarse y rematar en el área, sino para mantenerse él y a su nueva familia.
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“Cuando eres chico no tienes mucha oportunidad de que te paguen los clubes. (...) Venía mi primer hijo. Fue una de las razones por las que decidí dejar el futbol para trabajar y tener un salario”, comparte el futbolista desde la ciudad occidental de Sonsonate, en El Salvador, al atender la llamada del Heraldo Deportes.
Ese salario lo encontró en el cementerio Municipal San Antonio de Padua, en la localidad de San Miguel, en Buenos Aires, donde un amigo le consiguió el trabajo de sepulturero. En la fachada de ese camposanto, debajo de una cruz, la palabra Pax (Paz, en latín) es sostenida por seis pilares e incrustada en color plata sobre una fachada blanca parecida al Partenón de Atenas. Pero eso, la paz, fue lo que menos encontró David durante sus primeras semanas en ese lugar de trabajo.
Los primeros días fueron complicados porque iban muchos familiares a enterrar y lo primero que te pasa por tu mente es que podía ser un familiar tuyo. Un compañero de trabajo me dijo que si iba a pensar en mi familia mejor dejara de hacerlo porque si no me iba a hacer mal a la cabeza”, cuenta.
Sus principales tareas eran realizar entierros, hacer exhumaciones, levantar cuerpos, llevar a cabo los servicios funerarios y en ocasiones quedarse a laborar en el crematorio, donde pasó un mal momento.
“Lo único que me asustó fue la primera vez que me tocó cremar, porque cuando un cuerpo se está quemando se queman los nervios y levantan los brazos. La primera vez pensé que de verdad estaban levantando el brazo. Después fue como algo gracioso que me pasó, porque el otro compañero se reía, pero alguna experiencia paranormal, por suerte, nunca me ha tocado vivir”, dice ahora entre risas. “La verdad soy muy cagón para esas cosas”.
Peloteo en el cementerio
¿Qué fue lo más complicado?
Hacer exhumaciones, era feo, difícil, pero más difícil era cuando te tocaba enterrar a angelitos, chiquititos, a bebés, de uno a cinco años.
Por un lado esperabas el nacimiento de tu hijo y por el otro tu trabajo se relacionaba con la muerte.
Es por eso lo feo de enterrar una criatura que uno está esperando con tanto ansia y emoción y por otro lado te toca enterrar a veces a angelitos. Y la familia lo ve y también te juega en contra la mente.
Conviviste con el dolor de la gente.
Es difícil porque cuando te toca tirarle la tierra, todos los familiares del fallecido están ahí, a veces te encuentras con cosas raras, hacen cosas extrañas o se enojan contigo.
¿Le tienes miedo a la muerte?
No. Te digo, los primeros días siempre pensaba que era un familiar mio y me ponía mal, pero después aprendí que era sólo un trabajo y no, no le tengo miedo a la muerte.
¿Cuál es tu posición hacia ella?
Creo que cuando te toca, cuando el de arriba te necesita, te vas con él. Creo que está todo escrito. Como dice la biblia, que cuando Dios te llama no te puedes negar.
¿Te vuelves insensible?
Por eso no tenía que ponerme a pensar en eso, porque si no de ahí sales enfermo. Aprendes muchas cosas. La hipocresía de los mismos familiares que el primer día van, te lloran de forma imparable y después de dos meses te encuentras la tumba abandonada porque no la visita nadie.
A muchos les puede sorprender ese trabajo.
Es como cualquier otro, como un albañil, como un empresario o un oficinista. A otros les tocó la suerte de tener estudios y estar en una oficina. A mí me tocó ser futbolista, no tengo el secundario completo por los horarios del futbol, y me tocó ser sepulturero, pero creo que es una fuente de trabajo y mientras sea trabajo… el que quiere trabajar puede trabajar de cualquier cosa. Yo escucho en Argentina que no hay trabajo y bueno, qué mentira, el que quiere trabajar, trabaja.
La más grande enseñanza fue...
Que de nada sirve sepultar a un familiar, lo mejor es la cremación, que el alma descanse en paz y no enterrar, porque después hay peleas familiares por ver quién paga la tierra donde se enterró.
¿Algún arrepentimiento?
De haber dejado el futbol, porque de no haberlo hecho hubiera llegado un poquito más lejos, pero hoy veo a chicos que han jugado conmigo y ahora están más arriba. Pero no me arrepiento de haber trabajado de sepulturero.
La mayor satisfacción
Sacar a mi familia adelante en ese momento.
De vuelta al futbol
Cuando David Boquin dejó el futbol para trabajar en el cementerio algo murió dentro de él. Después de un año de laborar entre tumbas hizo una prueba para volver a las canchas. Lo hizo con Huracán y en mejores condiciones de trabajo. En ese momento, revivió. La oportunidad le sacudió la tierra y se llenó de vida.
“Cuando uno deja de jugar uno extraña el vestuario, a los chicos, llegar cansado y despertarte para ir a entrenar, ver con quién juegas el siguiente partido. Fue lindo volver a la cancha y más cuando me realizaron el contrato; volver a jugar, recibir un salario, tener un contrato y con un sueldo, fue un momento muy feliz”, dice.
La experiencia en el cementerio hizo a David ver de otra forma la vida, sobre todo con el uniforme y los botines puestos. A 12 años de distancia, justo la edad de su hijo mayor, Lautaro, el futbolista recuerda esos momentos levantando tierra, cavando tumbas y se queda con las lecciones.
Valoras más las cosas, el día a día. Si te piden correr 10 vueltas corres 11, porque valoras ese tiempo que dejaste de jugar. Ahí tomas conciencia porque puedes perderlo todo. El futbol es muy exigente, detrás de ti hay 10 chicos que quieren tu posición. Ahí empiezas a tomar dimensión de lo que es el futbol”, reconoce.
Antes de colgar, David cuenta su presente en el Sonsonate FC de El Salvador, sus sueños por conseguir títulos, de su adaptación al futbol centroamericano después de pasar por Chile, Colombia y su natal Argentina. Incluso con las ganas de poder jugar un día en el futbol de México, país del que desconoce la tradición del Día de Muertos.
Pero ante el viaje al pasado, el jugador no deja pasar la oportunidad de enviarle un mensaje a los que hace tiempo fueron sus colegas, a los que entiende, los que se ganan la vida levantando cuerpos, paleando tierra, escuchando sollozos.
“Que lo usen como fuente de trabajo y no piensen en nada raro porque les puede hacer mal a la cabeza o a la salud. Tomarlo con responsabilidad. Al frente hay familias que están perdiendo un ser querido, así que siempre con respeto, haciendo el trabajo bien para llevar un plato de comida a su casa. Que no se apenen de ser sepultureros porque es un trabajo muy digno, muy sacrificado. Recibir 8 o 10 muertos por día y tener que enterrarlos no es nada lindo”.
En cuatro juegos con Sosonate FC esta temporada, David Alejandro Boquin suma dos goles, es el referente en ataque del equipo cocotero. Ahora es él quien levanta la mano en el área para pedir la pelota y rematar a gol, sin enterrar el pasado, que en su momento lo sacó de las malas rachas, entre el polvo de los muertos.