Jorge Campos trascendió los límites del futbol mexicano. Como portero, sus uniformes dieron la vuelta al mundo: por sus colores, por sus figuras extrañas y por ser el rasgo de identificación de un hombre que no tuvo límites en el campo. Su misión era detener los goles, pero también hacerlos, porque jugaba también adelante. Y con esas dos posiciones fue considerado entre los mejores.
Hubo una vez que Campos entró a la cancha de La Bombonera. Estaba en el arco de la Selección Mexicana y enfrentaba a Boca Juniors, en un partido amistoso. Sucedió en la época de los 90, cuando se había consolidado defendiendo la línea de meta. Y eso despertó el interés de varios clubes extranjeros: de Estados Unidos, de Europa y también en Sudamérica, donde el rey era Boca.
Al acapulqueño le aconsejaban jugar con los xeneizes. No sólo por su historia ganadora, también por el calor de su gente. Y eso lo comprobó en aquella visita con el Tricolor, cuando sintió el clamor del famoso Jugador Nº 12. El acercamiento entre dirigentes de Boca y el portero se dio por esos días, pero no hubo una propuesta formal para alcanzar sus servicios.
Campos reveló recientemente ese capítulo, en el que su deseo lo impulsaba a jugar en Argentina. "Pero no les alcanzó, porque costaba muy caro", bromeó, en una entrevista con TyC Sports, recordando sus tiempos como jugador y portero. Los goles que hacía jugando con Pumas, Atlante, la Selección Mexicana, el Galaxy; y también sus atajadas en tres Copas del Mundo (94, 98 y 2002).
Su llegada no se dio por motivos que desconoce, además de los económicos. Aunque Boca lo hizo soñar y le quitó el aliento por algunos segundos, aquella noche en la que pisó la cancha de La Bombonera.
AAH