Lunes 23 de Septiembre 2024
LIGA MX

De celebrar un título a correr por su vida en Querétaro: "A la salida los van a matar"

Desde las alturas y en la cancha, aficionado y camarógrafo cuentan las horas de violencia en La Corregidora

Se detuvo el tiempo..En La Corregidora, el huracán de la violencia arrasó el sábado 5 de marzoCréditos: Especial / Cuartoscuro
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Una hielera cervecera vuela por los aires para congelar el aliento de quienes la ven caer directo a las familias con playeras del Atlas. En el terreno de juego las piernas van por la pelota. Afuera, en las gradas, tiemblan de miedo y corren por su vida. El caos y el desconcierto reinan en un territorio sin dueño donde los gritos aturden y las imágenes abandonan las peores pesadillas para hacerse realidad en La Corregidora de Querétaro.

En la grada, Manuel y su amigo empiezan a ver movimiento después del medio tiempo del partido entre Gallos y Rojinegros. Primero, peleas en la Barra local. Después golpes a una familia que apoya a los visitantes. Su mirada abandona el terreno de juego para no volver, porque a sus espaldas una turba negriazul se desboca de odio hacia la porra foránea para encerrarlos y golpearlos. Las puertas a la cancha se abren para salvar a mujeres, niños, niñas y familias enteras que le piden a Edgar Hernández que los resguarde entre el tripié de su cámara y las vallas publicitarias.

No hay quien sepa el futuro, pero ese día en Querétaro, los integrantes de un grupo de animación de alrededor de 3 mil 500 simpatizantes, tenían en la cabeza todo lo que pasaría. 

El ambiente era bastante hostil desde que llegamos. Iba con un amigo y llevábamos la playera del Atlas. Incluso antes de que empezara el partido, unos tipos del Querétaro nos empezaron a gritar: ‘A la salida los van a matar’, pero obvio no esperas que te lo digan literalmente”, cuenta Manuel Escalona, seguidor del Atlas que radica en la Ciudad de México, y que junto a un amigo viajó por primera vez al Estadio Corregidora para ver a su equipo. 

EFE

Querétaro vs Atlas, partido de alto riesgo

Es una rivalidad que ha crecido en las gradas —no en lo deportivo— desde aquel domingo 29 de abril de 2007, cuando Atlas venció al Querétaro 2-0 en el Estadio Jalisco para enviarlo al descenso. Ese día, la Avenida Independencia de Guadalajara fue campo de guerra para La Barra 51 y La Resistencia. El episodio se repitió en 2010, cuando regresaron los Gallos a Primera División. De ahí en adelante el partido tiene punto rojo en el calendario cada vez que se enfrentan, como el fin de semana pasado.

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El Corregidora se pinta azul negro y rojo. Son las cinco de la tarde del sábado 5 de marzo. Inicia la actividad sabatina de la Jornada 9 de la Liga MX con el Gallos contra Rojinegros, actual campeón del futbol mexicano después de 70 años de sequía. En la cancha, Edgar Hernández empieza a manipular su cámara para la transmisión televisiva: capta aspectos, sigue indicaciones que le mandan desde la cabina. Mientras tanto, en zona familiar del estadio, Manuel y su amigo se alistan para ver el partido con sus playeras del Atlas, se toman fotos, las suben a redes sociales, se alegran de ver a su equipo. Disfrutan del futbol. 

El partido transcurría muy tranquilo. Los cánticos eran los de siempre, nunca escuché algo que llamara la atención, los cantos normales de barra contra barra, pero nada más”, comparte Manuel a El Heraldo Deportes. 

Manuel (der.) y su amigo en el Estadio Corregidora el sábado 5 de marzo

Edgar, al minuto 27 del partido, mueve su cámara para captar la celebración de Julio Furch por el gol contra el equipo local, en la portería contraria, del lado de la barra de los Gallos que se encendía cada vez más hasta llegar al final de la primera parte. “Desde el medio tiempo ya había empezado el desmadre, pero eran los gritos y cantos entre las porras. Una vez que empezó el segundo tiempo, como a los 10 minutos, yo estaba haciendo tomas de la parte de arriba de la cabecera donde había movimiento. En cabina me pidieron que les mandara esas imágenes, pero ya después ya no sólo era ahí, también era en el centro, corría todo mundo”, cuenta el camarógrafo que desde el inicio de la temporada cubre los partidos en Querétaro. 

“El sonido local empezó a calmar sólo cuando empezó el segundo tiempo, porque aventaban esas bolitas con pólvora y a un bombero le pegaron en el ojo. Sólo decía que no arrojaran cosas, que se les iba a castigar”, agrega Hernández. A Manuel algo se le hace extraño: “Me llamó mucho la atención es que en el medio tiempo empezaron a cercar el campo alrededor de toda la cancha, como si supieran que la gente iba a saltar en algún momento. Cuando llegamos eso no estaba”. 

En las gradas, entonces, los aficionados buscan dónde resguardarse: “Decidimos irnos cuando vimos la bronca y ya estaban atrás de nosotros los del Querétaro, golpeando a quien se encontraran del Atlas, mujeres niños, adultos, a quien tuviera la playera rojinegra. Unas personas al lado de nosotros que le iban al Querétaro nos dijeron que nos quitáramos la playera para que no nos reconocieran y lo hicimos para salir al pasillo”, recuerda Manuel.

EFE

“Nos ayudaron los de las cervezas, nos escondieron debajo de las barras donde despachaban. Éramos como seis personas, todas del Atlas, y ahí nos escondimos como 20 minutos mientras la barra del Querétaro pasaba corriendo, afortunadamente no se asomaron porque si nos ven nos hubieran tundido igual. Los de las cervezas nos regalaron playeras, nos prestaron sus casacas de vendedor para confundirnos y podernos salir de ahí”, agrega. 

Es el minuto 60 del partido. En las gradas hay un caos. El portero de Querétaro, Washington Aguerre advierte al árbitro Fernando Guerrero que algo sucede en la tribuna. Lo hace más de una vez. Un par de minutos después, tras un cabezazo de Julio Furch que se va por línea de meta, empieza la invasión de campo. Los barristas queretanos cruzan toda la cancha para llegar en donde están los atlistas para seguir con la violencia.

“Me tocaron botellazos, monedas que aventaban. Cuando pasaron corriendo zapeaban, soltaban golpes. Como van todos juntos, en bola, soltaban putazos a lo pendejo. Nos resguardamos junto a unos colegas y ya sólo pendientes de que no nos agarraran ahí”, cuenta Hernández, aún con indignación y enojo. “A un compañero le pegaron en la cabeza, él tenía una cámara portátil y le tocó estar en las bancas. Lo alcanzaron a meter a los vestidores, pero de los mismos asistentes nuestros, nadie del club o seguridad”.

Captura de video grabado en la posición de Edgar Hernández

La insuficiencia policial y las irregularidades en la protección de los asistentes, contrastaba con otros partidos, revela el camarógrafo: “Había puras mujeres en el equipo de seguridad privada. Algunos de los hombres que había se escondieron y no salieron. Las chavas estaban en algunas puertas, pero ¿qué podía hacía una chica contra 20 cabrones? (...) En otros partidos había más policías, y ahora no. Una vez, en un palco, hasta me fueron a decir que no fumara o me iban a sacar, pero ahora no hubo nadie”.

Nos tocó ver cómo un señor que vendía cerveza tenía puesta también su playera de seguridad privada”, dice Manuel, que pudo salir del estadio, entre ríos de gente enardecida, personas lastimadas y con el temor en la garganta. "Sí, tenía mucho miedo. No llegué a pensar que iba a morir, pero si alguien se asomaba donde estábamos escondidos no sé qué hubiera pasado. (...) Afortunadamente una familia se dio cuenta de eso y nos sacaron en su coche hasta donde nos estacionamos. Sólo así pudimos salir".

Mientras Manuel y su amigo se ponen a salvo, Edgar sigue atrapado entre la barbarie: “No me pidieron nada más en cabina, sólo me apagaron mi cámara y me dijeron que me resguardara, ¿pero en dónde? Ahí conmigo llegó gente con niños que nos pedían que los dejáramos resguardarse entre el tripié de la cámara y la barra de la publicidad (...) De hecho estaba Adolfo Ríos dándoles playeras a los niños y a las mujeres para que salieran”.

Me ha tocado ver riñas en otros partidos, pero no llegan a tal grado. Les pegaban con tal saña. Nunca me había tocado ver algo así. Sí veía peleas entre porras y ya, pero no con tal odio. Todos los cables de la unidad llenos de sangre, se robaron los micrófonos, con esos empezaron a pegarle a la gente”, revela Hernández. 

Cuartoscuro

El tiempo se detuvo en La Corregidora

Aunque han pasado un par de horas, la eternidad se hizo densa en Querétaro. Los gritos no cesan. Los enfrentamientos siguen afuera del estadio, en una de las cabeceras. Adentro, el huracán de la violencia deja devastado un campo que debería generar alegrías. 

Estuve hasta las ocho o nueve de la noche. Duró muchísimo porque pararon el partido como a las 6:30 (de la tarde). En cancha ya sólo estaba la gente del Atlas pidiendo playeras para que los dejaran salir y no los confundieran”, cuenta Edgar, aún incrédulo de la falta de seguridad: “Todo se hubiera calmado si hubieran mandado granaderos”.

A salvo, Manuel reconoce la decepción del grado al que ha llegado el deporte que más ama. Piensa en renunciar a su camiseta cuando vaya a partidos de visitante. No lo hizo en la sequía de títulos de su equipo, lo hará obligado por la inseguridad. 

“Seguiré yendo (a los estadios), pero después de un tiempo. Tal vez de visita la pensaré dos veces y eso sí, sin duda, jamás volveré a ir con la playera de mi equipo. Soy muy apasionado al futbol, me encanta, no pienso dejarlo, sólo por un rato, pero no tanto por mi equipo sino que creo que también nos toca exigir seguridad para las persona que queremos ir a ver un espectáculo familiar, no ir a tirar golpes o a volverte loco como un salvaje”, menciona, y opina: “Creo que al final de cuentas es un reflejo social de lo que estamos viviendo en el país. Un presente de violencia. Lamentablemente ahora le tocó al futbol vivirla”. 

El deporte está lleno de diferencias que, aunque van ancladas a las emociones, no rebasan la naturaleza de perder y ganar. No debería. Manuel, reconoce otra disparidad que lamenta por su pasión: "Hace unos meses estábamos festejando el título en Guadalajara, ahora todo lo que acaba de pasar este fin de semana es un contraste gigantesco".

Una vez más, la violencia vuelve a quitarle brillo a la pelota.

-Por Francisco Domínguez