El Mundial de Inglaterra 1966 quedó marcado como uno de los capítulos más dolorosos en la carrera de Pelé. A sus 25 años, y después de haber conquistado dos Copas del Mundo consecutivas, llegó como la gran estrella que debía comandar el tricampeonato brasileño. Sin embargo, lo que encontró fue un torneo que lo golpeó sin piedad, victimizado por un nivel de violencia pocas veces visto y por arbitrajes incapaces, o poco dispuestos, a proteger al jugador más determinante del planeta en ese momento.
Edson Arantes do Nascimento inició la Copa arrastrando el rigor de un fútbol que toleraba entradas desmedidas. Fue brutalmente castigado por defensores búlgaros en el debut, una persecución física que lo dejó lesionado y fuera del segundo partido. Cuando volvió ante Portugal, lo esperaba un escenario aún peor: un equipo dispuesto a frenarlo a cualquier costo y un árbitro que dejó correr infracciones temerarias que cambiarían la historia.
Aquel día, una entrada salvaje lo dejó casi sin poder caminar y obligó al combinado carioca a disputar media hora con diez hombres, porque en esa época no existían cambios por lesión.
La caída ante los lusos selló la eliminación de la “Canarinha” en la fase de grupos por primera vez desde 1938, pero su impacto fue mucho más profundo. Pelé confesó que llegó a pensar en abandonar definitivamente los Mundiales, convencido de que la violencia estaba desnaturalizando el deporte y que un golpe más podría dejarlo inválido.
¿Qué pasó realmente en el Mundial 1966?
Brasil llegó al torneo como bicampeón y máxima potencia del momento, con Pelé y Mané Garrincha como estandartes. El sorteo, sin embargo, lo arrojó al llamado “grupo de la muerte”, integrado por Bulgaria, Hungría (en ese entonces potencia) y Portugal, tres selecciones fuertes en lo físico y en lo táctico. Desde el primer partido quedó claro que la prioridad de los rivales era anular a la estrella del Santos de cualquier manera.
En el debut ante los búlgaros, los sudamericanos ganaron 2-0, con goles de Pelé y Garrincha. Pero la victoria dejó secuelas graves. El defensor Dobromir Zhechev lo golpeó con entradas durísimas durante todo el encuentro, acciones que el árbitro alemán Kurt Tschenscher apenas sancionó. “O´Rey” terminó tan maltrecho que Vicente Feola decidió no ponerlo en el segundo partido para evitar una lesión mayor.
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La ausencia ante Hungría y un golpe al ánimo
Sin Pelé, el combinado amarillo enfrentó a una Hungría muy organizada, liderada por Florian Albert. El equipo sudamericano se vio perdido, sin la creatividad de su figura, y cayó 3-1. Fue la segunda derrota en la carrera de Garrincha con la selección, y significó que Brasil llegara contra Portugal obligado a ganar.
El encuentro decisivo ante la "Seleção das Quinas", jugado el 19 de julio en Goodison Park (Liverpool), quedó grabado como uno de los momentos más violentos en la historia de los Mundiales. El atacante volvió a la titularidad, pero aún estaba recuperándose del castigo sufrido ante Bulgaria. Lo que vino después fue una sucesión de faltas impunes.
El lateral portugués João Morais se encargó de perseguirlo durante todo el encuentro. Primero con entradas duras, después directamente con golpes a destiempo. La acción más recordada llegó en la segunda mitad: Morais lo derribó con una entrada que, en el reglamento moderno, sería expulsión inmediata. El árbitro inglés George McCabe no sólo evitó la tarjeta roja, sino que ni siquiera lo amonestó.
Con esto, la estrella mundial quedó “cojeando”, prácticamente sin poder apoyar. Pero como en 1966 no existían sustituciones por lesión, tuvo que permanecer en cancha, más como un espectador que como un jugador.
Brasil con diez y la sentencia final
Portugal, con un Eusébio en nivel de superestrella, aprovechó la inferioridad brasileña. Ganó 3-1, con dos goles del atacante luso, y selló la eliminación de un combinado carioca debilitado física y emocionalmente.
La falta de protección arbitral fue tan evidente que el propio O´Rey confesó años después que sintió miedo real de quedar inválido. En una entrevista, dijo haber considerado no volver a jugar un Mundial: “El fútbol de entonces era violencia, más violencia. Yo no quería terminar mi vida en una silla de ruedas”.
Esa experiencia marcó un antes y un después en su mentalidad. La selección también tomó nota: la derrota dejó en evidencia la necesidad de renovarse física y tácticamente. Ese proceso desembocaría en la histórica conquista de 1970, con Edson Arantes al mando de la mejor Selección Brasileña de todos los tiempos.
